ALABAR, del latín tardío "alapari", significa manifestar aprecio o admiración por algo o por alguien, poniendo en manifiesto sus cualidades o méritos. esto es, honrar a Dios públicamente con palabras o con cánticos (véase Salmos 7:17, Salmos 28:7). Asimismo, implica elogiar y celebrar a Dios con palabras, reconocer los actos justos y poderosos que Él ha hecho en nuestras vidas, o incluso reconocerle por lo que Él ha permitido, las bendiciones o pruebas justas que Él nos ha dado o traído, contando Sus maravillas y su fidelidad (Salmos 9:1); expresar con pasión, estima y veneración lo que Él ha hecho por nosotros a nivel personal, hablando hacia Él anunciando Su nombre entre personas o en medio de la congregación (Salmos 22:22); venerarle y celebrarle con oraciones. Los ángeles y ejércitos celestiales son llamados a alabar a Dios (Salmos 89:5; 103:20; 148:2). Todos los habitantes de la tierra deben alabar a Dios (Salmos 138:4; Romanos 15:11). Podemos alabarle con canto (Isaías 12:5; Salmos 9:11), con gritos de júbilo (Salmos 33:1; 98:4), danzando (Salmos 150:4), y con instrumentos musicales (1 Crónicas 13:8; Salmos 108:2; 150:3-5), o simplemente al hablar de Él y sus atributos confesándole en público, con gozo, con gratitud por lo que Él ha hecho, con bullicio o con euforia, sin inhibición y sin pena. Él es digno de alabanza por las obras que Él ha hecho (Salmos 18:3). Jesús dijo que si la gente no alababa a Dios, incluso "las piedras clamarían" (Lucas 19:40).
ADORAR: Entregarnos a Dios, darle todo nuestro ser a Dios, rendir todo a Él, confiar todo a Él, dejar todo lo demás de lado mientras le glorificamos (sin importarnos lo que otros digan de nosotros o cómo lucimos o cómo nos escuchamos), enfocándonos sólo en Él y presentando nuestros cuerpos como sacrificio viviente ante Él (Romanos 12:1). Entregar todos nuestros sentimientos y pensamientos hacia Él con toda nuestra fuerza, con toda nuestra mente y con todo nuestro corazón, con libertad espiritual sin restricciones o tradiciones impuestas por el hombre, y con toda confianza de acercarnos a su trono de gracia. Jesús dijo que Dios es Espíritu, y aquellos que le adoran, le adoran en espíritu y verdad (Juan 14:23), esto es, con una vida espiritual apropiada, guiados por el Espíritu de Dios, y hablándole a Él con sinceridad de corazón, sin fingimiento, intencionalmente, genuinamente, con autenticidad y en serio, reconociendo las verdades de la Escritura y la visión, teniendo hambre de Él y anhelo de estar cerca de Él, no meramente por lo que Él da y por lo que Él ofrece a cambio, sino por lo que Él es. Adorar en espíritu verdad también es reverenciar, homenajear y rendir culto a Dios con un corazón humilde, con temor, con extrema pasión. La adoración se centra en hablar o glorificar a Dios (declarar su grandeza), declarar Su naturaleza, Su poder, Su autoridad, Su supremacía, sus mandatos, sus estatutos, sus caminos, sus demandas y todos los atributos que le caracterizan. La adoración requiere derramar nuestro corazón en acción de gracias y en admiración, deleitarnos en Él, negarnos a nosotros mismos y no enfocarnos en nosotros mismos, rindiendo cada parte de nuestras vidas a Su control y Señorío.
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