Había una vez una mujer joven que yacía en cama y estaba muy enferma agonizando y delirando en sus últimos días de vida. Los doctores le habían desahuciado y le habían dicho a su familia que ya no había nada más que hacer, así que decidieron avisarle a sus amigos más cercanos, para que éstos se despidieran de ella, como había sido su última voluntad.
Al llegar todos ellos, sus padres explicaron la situación a detalle, diciéndoles que desde hace varios años le habían detectado una extraña enfermedad llama "sinitis vascular aguda", con la cual el corazón se endurecía poco a poco hasta que dejaba de funcionar.
Lo que los padres no sabían es que una década antes uno de esos amigos que estaban allí había sido curado de esa misma enfermedad por medio de un tratamiento que había descubierto un doctor de medicina alternativa que vivía al otro lado del mundo. Muchos habían hablado mal de ese doctor y no creían en su tratamiento, pero él había comprobado que ese tratamiento en verdad servía, pues le había salvado la vida.
El joven, al ver tanta gente alrededor, pensó dentro de sí: "hay mucha gente aquí, como para que yo les hable de esta cura en presencia de todos", y decidió esperar a la tarde, cuando los demás se fueron de ese lugar. Cuando llegó la tarde, pensó en hablarles de la cura, pero le pareció poco oportuno: "Ya está delirando, no creo que haya tiempo. Además, el doctor está muy lejos de aquí y no creo que les de oportunidad de intentarlo", y no mencionó nada al respecto. Terminó el día y el amigo se fue para no volver sino hasta una semana después, cuando su amiga murió sin que ella o la familia hubieran si quiera escuchado que había una cura para esa rara enfermedad.
El día del funeral, con los padres desconsolados, alguien dijo al padre que ese joven había sido sanado de la misma enfermedad. El padre, consternado, se acercó al joven y le preguntó: "¿Tuviste tú la misma enfermedad que ella y no nos dijiste?" Al responder el joven de forma afirmativa, el padre le reclamó: "¿Sabías tú que había una cura y no nos hablaste de ello? Si tú fuiste sanado, ¿porqué no nos dijiste acerca del doctor, para que ella tomara de esa cura?". El joven, no sabiendo que responder, se echó a llorar en presencia del padre y dijo que por vergüenza y desidia. El padre, no entiendo ni soportando su falta de amor y consideración, pidió al joven que se fuera y no quiso volver a verlo jamás.
¿Qué pensarías de un medico que descubre la cura contra el cáncer y no se la da a sus pacientes? ¿O que pensarías de alguien que ve a un ciego caminar hacia un precipicio y no le advierte del peligro? ¿O que tal si vieras a alguien queriendo saltar de un avión sin un paracaídas? Creo que muchos de nosotros con gusto le ofreceríamos ayuda. ¿Y entonces porque es que vemos a muchos perdidos y a la hora de predicar lo pensamos tanto?. Dios nos ha llamado a todos a ser testigos. La respuesta normal de alguien que ha nacido de nuevo es querer compartir las buenas noticias que ha recibido con otros que no la tienen. Si estas agradecido por tu salvación la pasión por las almas perdidas vendrá como algo natural a tu vida. (Hechos 4:20)
Nosotros, como el joven de esta ilustración, hemos sido sanados y liberados de esa extraña enfermedad llamada pecado. Jesucristo es la cura y Él nos da el tratamiento que necesitamos para ser sanados y salvados de esa enfermedad para que no muramos. Si nosotros, que conocemos el Evangelio, sabemos que hay un cura, debemos darnos cuenta de que aquellos que a nuestro alrededor están muriendo necesitan llamar al doctor y tomar ese tratamiento para no morir. Si no compartimos este mensaje por vergüenza o por temor al que dirán los demás, la excusa suena ridícula a la luz de la verdad de que dejamos que otros mueran sin Cristo y sin que nosotros hagamos algo al respecto, y Dios nos demandará lo mucho que conocemos y no compartimos (Marcos 8:38). Ellos deben saber que hay una cura llamada Jesucristo.
Romanos 10:13-14: Porque todo aquél que invoque el nombre del Señor será salvo. ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?Basado en una ilustración de Kirk Cameron y Ray Comfort del ministerio Living Waters (Aguas Vivientes).
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