Estaba un médico terminando en la consulta de un hombre con problemas estomacales, y ya casi se iba el hombre cuando de pronto se regresa y le dice:
- "Oiga doctor, también le quiero traer a mi esposa, sólo que ahora no pudo acompañarme".
- "¿Qué problema tiene su esposa?, dijo el médico.
- "Sordera. No escucha casi nada".
- "Oiga doctor, también le quiero traer a mi esposa, sólo que ahora no pudo acompañarme".
- "¿Qué problema tiene su esposa?, dijo el médico.
- "Sordera. No escucha casi nada".
- Hmm... Vamos a hacer esto. Antes de traerla, haga usted lo siguiente para facilitar el diagnóstico. Póngase usted a 15 metros de distancia y hable en tono normal, y vaya disminuyendo la distancia hasta que ella puede escuchar y entender lo que le dice. Y cuando venga, dice el médico, dígame a qué distancia estaba de ella cuando lo escuchó. De todas formas aquí estoy para servirle, ¿sale?
- ¡Hombre! muchas gracias doctor. Yo lo hago.
Ya por la noche, cuando la esposa estaba preparando la cena, el esposo decidió hacer el test. Calculó la distancia que estaba en relación a la mujer y pensó: "estoy como a 15 metros de distancia. Ahora es cuando". Y le dice, en voz normal: "amor, ¿qué hay para cenar?". Y no oyó nada. Entonces se acercó a 10 metros. "Rocío, ¿qué hay para cenar?", y nada todavía. Entonces, se acercó más, a 5 metros. "Y le dice: "Gorda, ¿qué hay para cenar?". Y silencio todavía. Por último, se apoya a la espalda de la mujer y abrazándola le vuelve a preguntar: "¡Rocío! ¿Qué hay de cenar?"
Y como saben, muchas veces pensamos que el problema ocurre con los demás, cuando en realidad el problema es nuestro, y sólo nuestro. Creemos que Dios no escucha nuestras oraciones o que no nos responde, pero cuando nos acercamos más a Él nos damos cuenta de que el error siempre estuvo en nosotros por no estar escuchando lo que dice.
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