Las
tres dimensiones de una vida completa
“Y
la ciudad [la
Ciudad Celestial, la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén]
está situada y puesta en cuadro, y su largura es tanta como su anchura…
su largura y su altura y su anchura son iguales.”
(Apocalipsis 21:16)
La revelación de completitud
Saben,
solían decir en Hollywood que para que una película estuviera completa, tenía
que ser tridimensional. Pues bien, esta mañana quiero tratar de hacerles saber
que si la vida misma ha de ser completa, debe ser tridimensional.
Hace
muchos, muchos siglos, había un hombre llamado Juan, que se encontraba en la
cárcel en una isla solitaria y oscura llamada Patmos. Y he estado en la cárcel
lo suficiente como para saber que es una experiencia solitaria (y cuando estás
encarcelado en una situación como tal, te ves privado de casi toda la libertad,
pero no de la libertad de pensar, ni de la libertad de orar, ni de la libertad
de reflexionar y meditar).
Mientras Juan estaba en esa isla solitaria en la
cárcel, quizá estaba pensando en el antiguo sistema político y en su trágica
insuficiencia y horrible injusticia, quizá estaría pensando en la ciudad antigua de Jerusalén, en su piedad superficial y su ritualismo formal, pero en
medio de esta dolorosa visión de cosas pasadas, levantó su vista al alto cielo y
tuvo una esplendorosa visión en la cual vio que algo grande y nuevo descendía
desde el cielo. Vio bajar un nuevo cielo y una nueva tierra, una nueva
Jerusalén Santa que procedía de Dios. Ya el capítulo 21 del libro de Apocalipsis,
abre diciendo: "Y vi un cielo nuevo
y una tierra nueva. Y yo, Juan, vi la Ciudad Santa, la Nueva Jerusalén, que
descendía desde el cielo de Dios".
Y
una de las más grandes glorias de esta nueva Ciudad Celestial de Dios era que
Juan vio su completitud y su perfección, radiante como el alba o el amanecer
que pone fin a la larga noche de estancada imperfección. No estaba construida
de forma parcial ni lineal, no estaba más larga de un lado y más corta del
otro, sino que estaba completa y era perfecta en cada una de sus tres
dimensiones. Y es así como en este mismo capítulo, cuando llegamos al versículo
dieciséis, en el que se describe la ciudad, Juan dice que: “Su longitud, su amplitud y su altura eran
iguales”. En otras palabras, esta nueva ciudad de Dios, esta nueva ciudad
de la humanidad ideal, no será una entidad desequilibrada o desbalanceada con
virtudes preciosas en un lado y con vicios degenerados al otro; sino que estará
completa e igual en todos sus lados, en todas sus dimensiones.
El
Apocalipsis, para muchos, es un libro extraño y difícil de descifrar. A menudo
se deja a un lado como un enigma misterioso. Pero, bajo el peculiar lenguaje de
Juan y su simbolismo apocalíptico prevalente, encontramos muchas verdades
incitantes y profundas. Juan está diciendo algo aquí cuando se toma en cuenta
todo el simbolismo de este texto y el simbolismo de este capítulo. En este
texto, presentamos una de estas verdades. Cuando Juan describe la ciudad de
Dios, describe en realidad la humanidad ideal. Dice, en sustancia, que la vida
perfecta es completa en todas sus dimensiones. Está diciendo, en el fondo, que
la vida, como debe ser y en su estado óptimo, es una vida completa en sus tres dimensiones.
Al
contrario de esto, a menudo, en nuestras vidas individuales y colectivas existe
una escasez y una parcialidad deprimente. Pocas veces podemos afirmar la
grandeza en sentido absoluto. Detrás de cualquier afirmación de grandeza
aparece la conjunción «pero». Por ejemplo, Namán «era un gran hombre», dice el
Antiguo Testamento, «pero...» Y este «pero» revela algo trágico y preocupante:
«pero era leproso». ¡Y cuántas vidas humanas pueden ser descritas con este
mismo pero de una manera similar!
Grecia
era una gran nación, que dejó a generaciones posteriores un tesoro incomparable
de sabiduría. Dio al mundo la penetrante poesía de Esquilo, Sófocles y
Eurípides, la filosofía de Sócrates, Platón y Aristóteles. Gracias a estos
espíritus notables, hemos heredado un legado de ideas creadoras. Grecia fue una
gran nación, “pero...” Este «pero» subraya la trágica realidad de que Grecia
era una aristocracia solo al favor de «algunas» personas y que en realidad no
era una democracia para «todo» el pueblo. Este «pero» denuncia también el hecho
negativo de que la economía de las ciudades griegas se basaba en la esclavitud.
La
civilización occidental es una gran civilización, que ha ofrecido al mundo
magníficos avances en el Renacimiento, los alegres compases y los dulces
suspiros de Haendel, la suave majestuosidad de las composiciones de Beethoven y
las impresionantes sinfonías de Bach; la revolución industrial y el inicio de
la marcha humana hacia la ciudad de la abundancia material. El legado de la
civilización occidental es grande en estos sentidos, “pero...” Este «pero» nos
recuerda las injusticias y los males del colonialismo y del imperialismo de una
civilización que ha permitido que sus medios materiales sobrepasen y superen en
mucho a sus objetivos espirituales.
Estados
Unidos es una gran nación que por medio de la Declaración de Independencia ha
ofrecido al mundo la expresión más elocuente e inequívoca de la dignidad humana
impresa en un documento socio-político. Desde el punto de vista técnico, la
tecnología estadounidense ha producido puentes inmensos para cruzar los mares, y
rascacielos para besar el firmamento. Gracias a los hermanos Wright, pudo
ofrecer al mundo el avión, e hizo posible que el hombre eliminara la distancia
y acortara el tiempo. Sus maravillosos descubrimientos en el campo de la
medicina han curado enfermedades espantosas y han prolongado la vida humana.
América es una gran nación, “pero...” Este «pero» es un comentario sobre poco
más de doscientos años de vergonzosa esclavitud y de veinte millones de hombres
y mujeres afroamericanos que a causa de la segregación han sido privados de sus
derechos de vida, libertad, esperanza y felicidad. Este «pero» es consecuencia
del materialismo práctico, que suele estar más interesado en las cosas que en
los valores.
De forma que casi cualquier
afirmación de grandeza va seguida, no por una frase que indique totalidad, sino
por una coma que indica su parcialidad entorpecedora. Muchas de nuestras más
grandes civilizaciones son grandes solamente en algunos aspectos. Muchos de
nuestros más grandes hombres lo son sólo en algún aspecto, mientras que en
otros se muestran débiles y ruines. Sin embargo, la vida debería ser fuerte y
completa en todos sus aspectos.
Hay
tres dimensiones de cualquier vida completa a las cuales podemos asignar de
forma apropiada las palabras de este texto: la longitud, la anchura y la altura.
Ahora bien, con la longitud de la vida
aquí nos referimos a la atención interna que ponemos hacia el propio bienestar
de uno mismo. Es el impulso interior para alcanzar los fines y los proyectos
personales que tenemos. En otras palabras, hablaremos de la longitud de la vida
como el interés y el cuidado interior que causa que uno siga moviéndose hacia
adelante, para lograr metas propias y deseos personales. Con la amplitud de la vida, que también puede
ser entendida como la anchura o la latitud de la vida, nos referimos a una
preocupación interior y un interés exteriorizado por el bienestar de los demás,
y con la altura de la vida vamos a
referirnos a la aspiración ascendente hacia el conocimiento divino, la búsqueda
que es hacia arriba, hacia Dios.
Ahí
lo tienen: toda vida completa, en su mejor estado, tiene las tres dimensiones
postuladas en el texto del Apocalipsis: la longitud, la latitud y la altura. En
un ángulo de la vida se sitúa la persona individual. En el otro ángulo están
las demás personas, los semejantes o el prójimo. En el vértice se encuentra la
Persona Infinita: Dios. Sin el desarrollo completo de cada una de estas
dimensiones, ninguna vida puede llegar a considerarse plena.
I. La longitud de la vida
Por
ahora fijémonos, por un momento, en la longitud de la vida. Dije que esta es la
dimensión de la vida en la cual nos interesamos por desarrollar nuestras facultades
internas, dirigimos nuestra atención a nosotros mismos como individuos. Es la
dimensión de la vida que cuida y está interesada en uno mismo. En cierto modo es la dimensión
egoísta de la vida. Pero hay una especie de interés propio que sí es racional y
saludable.
Hace
unos años, un famoso rabino judío, el fallecido Joshua Leibman, escribió un libro
titulado Peace of Mind, y el libro
tenía un capítulo titulado "Ámate a
ti mismo de la manera correcta." Y lo que decía en este capítulo, en
esencia, es que antes de poder amar a los demás de la forma correcta, tenías
que amar a tu propio ser de la manera correcta. Y saben, una gran cantidad de
personas caen en el fatalismo emocional porque no se aman a sí mismas como es
debido, y andan por la vida con conflictos emocionales profundos e
inquietantes. Así que la longitud de la vida significa que tú debes amarte a ti
mismo o a ti misma de la manera correcta.
¿Y
saben lo que también significa amarte a ti mismo? Significa que en cierta
manera tienes que aceptarte a ti mismo. Mucha gente está ocupada tratando de
ser alguien más, pero Dios nos dio algo significativo a cada uno de nosotros. Y
deberíamos orar todos los días, pidiéndole a Dios que nos ayude a aceptarnos a
nosotros mismos tal y como Él nos creó. La Biblia dice que todos los seres
humanos, hombres y mujeres, fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios, y los
Salmos afirman que los seres humanos estamos hechos de forma maravillosa y
preciosa por Dios. Eso significa todo. Muchos afroamericanos se avergüenzan de
sí mismos; están avergonzados de ser negros. Muchos otros están avergonzados de
ser morenos, de ser flacos, o de ser gordos, de ser demasiado altos o demasiado
bajos. Pero cada uno tiene que levantarse y decir desde el fondo de su alma:
"Yo soy alguien. Yo tengo un
patrimonio valioso, noble e importante. Sin importar cuan afligida y dolorosa
haya sido mi historia, soy quien soy, pero yo soy hermoso y valioso a los ojos
de Dios". Esto es lo que tenemos que decir. Tenemos que aceptarnos a
nosotros mismos. Y deberíamos orar: "Señor,
ayúdame a aceptarme a mí mismo todos los días, ayúdeme a aceptar mis facultades."
Recuerdo
que cuando estaba en la universidad, me especialicé en sociología y todas las materias
de sociología requerían que tomara un curso llamado estadística. Y la
estadística puede ser muy complicada, muy difícil para algunos como yo. Tienes
que tener una mente matemática, un conocimiento real de geometría, y tienes que
saber cómo encontrar la media, la moda y la mediana. Nunca lo olvidaré. Tomaba
este curso y tenía un compañero de clase que sabía cómo manejar perfectamente
esas cosas, ya saben. Y podía hacer su tarea en aproximadamente una hora. A
menudo nosotros teníamos que pasar mucho tiempo en el laboratorio o el taller,
pero él resolvía toda su tarea tan solo en aproximadamente una hora, y se
acababa para él. Y yo estaba tratando de hacer lo que él estaba haciendo; Yo
estaba tratando de hacer la mía en una hora. Y cuanto más que trataba de hacerla
en una hora, más me iba peor en el curso. Y tuve que llegar a una conclusión
muy dura. Tuve que sentarme y decir: "Mira,
Martin Luther King, Leif Cane tiene una mente más hábil que tú." A
veces solo tienes que reconocerlo. Y me tuve que decir a mí mismo: "Bien,
él puede ser capaz de hacerlo en una hora, pero a mí me toma dos o tres horas poder
hacer lo mismo." Antes yo no estaba dispuesto a aceptarme a mí mismo; no estaba
dispuesto a aceptar mis facultades y mis limitaciones.
Pero,
¿saben qué?, en la vida estamos llamados a hacer esto. Tratar de que un
automóvil de la marca Ford se convierta en un Cadillac es absurdo, pero si un
Ford está dispuesto a aceptarse a sí mismo como un Ford, puede hacer muchas
cosas que un Cadillac nunca podría hacer: puede ponerse en lugares de
estacionamiento que un Cadillac nunca podría conseguir. Y en la vida algunos de
nosotros somos Ford y algunos somos Cadillacs. Moisés dice “en pastos verdes" y luego piensa: "Señor, esto no es mucho para muchos, pero es
lo que tengo." El principio de auto-aceptación es un principio básico
en la vida.
Ahora
bien, la otra cosa sobre la longitud de la vida es que después de aceptarnos a
nosotros mismos y a nuestras facultades, debemos descubrir lo que estamos
llamados a hacer. Cualquier persona debe tener cuidado por sí misma y sentir la
responsabilidad de descubrir su misión en la vida. Dios nos ha dado a todas las
personas comunes la capacidad de llegar a una meta. Es cierto que algunos
tienen más talento que otros, o que algunos son más hábiles en tal o cual cosa,
pero Dios no ha dejado a nadie sin talento. En nuestro interior existen
facultades creativas con potencial, y tenemos el deber de trabajar asiduamente
para descubrir estos poderes.
Una
vez una persona ha descubierto para qué ha nacido, tendría que aplicar todo el
poder que dispone a la realización de ello. Debería intentar hacerlo mejor que
nadie. Tendría que hacerlo como si Dios todopoderoso le convocara directamente,
y como si, por esta razón, lo llamara en ese momento particular de la historia.
Nadie hace una gran aportación a la humanidad sin este amplio sentido de
finalidad y esta terca determinación saludable. Nadie aporta nunca una gran
contribución a la humanidad sin este poderoso impulso interno. Henry Longfellow
escribió:
Las alturas conquistadas
por los grandes hombres
no fueron alcanzadas de golpe,
sino que, mientras sus compañeros dormían,
ellos trepaban penosamente en la noche.
Permítanme
que dedique unas palabras a nuestra gente joven. La longitud se apoya en la
provocación. Muchos de ustedes estudian en la Facultad universitaria. No es
necesario que insista sobre la importancia de estos años de estudio. Deben
darse cuenta de que se les abren muchas puertas que no se les abrieron a sus
padres. La gran responsabilidad que ustedes tienen consiste en estar preparados
para entrar por estas puertas. Tienen que descubrir pronto para qué oficio o
trabajo particular están hechos y trabajar infatigablemente para llevar a cabo
con éxito sus diversas actividades.
Dicen
que Ralph Waldo Emerson declaró: «Si un
hombre puede escribir un libro, predicar un sermón o fabricarse una ratonera
mejor que su vecino, el mundo abrirá un camino hasta su puerta aunque viva en
el rincón más escondido del bosque». Esto irá siendo cada vez más evidente.
No deben esperar el día de la emancipación total sin contribuir antes
positivamente a la liberación de la vida en su nación. Aunque se sientan
víctimas de un incomprensible dilema, consecuencia del legado de esclavitud,
segregación, opresión, corrupción política, escuelas descuidadas o ciudadanía
de segundo orden, ustedes deben abrirse paso resueltamente a pesar de las
circunstancias.
Tenemos
ya ejemplos edificantes de afroamericanos que en lóbregas noches de opresión se
han convertido en estrellas nuevas y brillantes de mérito. Desde una humilde
cabaña de esclavos en las montañas de Virginia, el educador Booker T.
Washington llegó a ser uno de los más importantes dirigentes estadounidenses.
Desde las obsesivas tierras rojas de Gordon Country, en Georgia, y de la mano
de su madre que no sabía leer ni escribir, Roland Hayes se reveló como uno de
los cantantes más destacados, y su voz melodiosa se escuchó en los palacios de
los reyes y en las mansiones de las reinas. Procedente de un ambiente miserable
de Filadelfia, Marian Anderson llegó a ser la mejor contralto del mundo;
Toscanini dijo que una voz como la suya solo aparecía una vez cada cien años, y
Sibelius exclamó que su techo era demasiado bajo para aquella voz. Partiendo de
circunstancias difíciles, George Washington Carver alcanzó fama eterna en el
mundo de la ciencia. Ralph J. Bunche, nieto de un predicador esclavo, ha
aportado gran prestigio a la diplomacia. Son sólo algunos de los numerosos
ejemplos que nos recuerdan que, a pesar de la falta de libertad, podemos
aportar nuestra contribución, aquí y en este momento. Por todas partes nos
incitan a trabajar infatigablemente para triunfar en nuestra profesión.
Y
una vez que lo descubrimos, debemos estar dispuestos a hacerlo con toda la
fuerza y con toda la energía que tengamos en nuestros sistemas. Después de que
hemos descubierto lo que Dios nos ha llamado a hacer, después de que hemos descubierto
la obra que estamos llamados a hacer en nuestra vida, debemos emprender ese
trabajo tan bien, que los vivos, los muertos, y los que no han nacido no puedan
hacerlo mejor. Ahora, esto no significa que todo el mundo hará lo que la gente
dice que son las grandes cosas o las cosas reconocidas en el mundo. No todos
los hombres están llamados a realizar trabajos especializados o profesionales y
pocas personas se elevarán hasta las cima del genio en las artes o las
ciencias; muy pocos, considerando las cifras colectivamente, se dedicarán a
determinadas profesiones. La mayoría de nosotros tendrá que estar contenta
trabajando en campos, en fábricas y en calles. Pero hay que ver la gran dignidad
de toda esta labor. Ningún trabajo es insignificante porque cualquier esfuerzo
que ayude a la humanidad tiene dignidad e importancia. Y cuando es así, habría
que emprenderlo con un gran afán de perfección.
Cuando
estaba en Montgomery, Alabama, iba a una tienda de zapatos con bastante
frecuencia; la tienda era conocida como la Zapatería Gordon. Y había un hombre
allí que solía bolear mis zapatos, y para mí era toda una experiencia
presenciar a este hombre brillante boleando mis zapatos. Él tomaba ese trapo,
ya saben, y podía hacer que sonara música a partir de él. Y yo me decía a mí
mismo: "Este hombre tiene un
doctorado en ña boleada de zapatos."
Te
lo digo en esta mañana, amigo mío: incluso si te tocara ser un barrendero,
anda, ve, y barre las calles de la manera en que Miguel Ángel pintaba sus
cuadros; barre las calles como Handel y Beethoven componían sus partituras de música;
barre las calles como Shakespeare escribía poesía; barre las calles tan bien
que todo el ejército de los cielos y los habitantes de la tierra que pasen, tengan
que detenerse y decir: "Aquí vivió
un perfecto barrendero que barría haciendo bien su trabajo." Es lo que
Douglas Mallock quería decir al escribir:
Si no puedes ser un
pino en la cima de una colina
Sé un matorral en el valle, pero sé
el mejor matorral pequeño en la ladera de la colina,
junto al torrente
Sé un arbusto si no puedes ser un árbol.
Si no puedes ser una autopista, se sólo un atajo
Si no puedes ser el sol, se una estrella;
No es por el tamaño que se gana o que se falla
Sé de lo mejor de cualquier cosa que seas.
Y
cuando haces esto, cuando ustedes hacen esto, se ha dominado la longitud de la
vida. Lánzate esforzadamente a descubrir para qué has nacido, y entonces
aplícate con pasión a realizarlo. Esta acción encaminada a la plena realización
de uno mismo es la longitud de la vida humana.
II. La amplitud de la vida
Este
impulso que te mueve hacia adelante a la autorrealización es un fin en la vida
de una persona. Sin embargo, no te detengas allí. ¿Sabes algo?, muchísima gente
no llega a más en la vida que a la longitud. No llegan a superar nunca esta
primera dimensión.
Sí
desarrollan sus facultades internas; sí hacen bien su trabajo, pero, ¿saben
qué?, tratan de vivir como si nadie más viviera en el mundo más que ellos
mismos. Y utilizan a todo el mundo como meras herramientas para llegar a donde
quieren ir. No aman a nadie más que a sí mismos y a lo que es suyo. La única
clase de amor que ellos realmente tienen para con otras personas es el amor
utilitario. Ya saben: les encanta utilizar a la gente que pueden utilizar.
Mucha
gente nunca llega más allá de la primera dimensión de la vida. Usan a otras
personas como meros escalones por los cuales creen que pueden subir a sus metas
y ambiciones. Quizá sean personas brillantes en un sentido, pero desarrollan
sus facultades internas de forma soberbia, están sujetas con cadenas a una
limitación paralizadora. Viven encerrados en los límites estrechos de sus
propias ambiciones y sus propios deseos
personales. ¿Hay algo más trágico que encontrar a un individuo hundido en una
longitud de vida que carece de amplitud?
Esas
personas no entienden bien la vida. Pueden andar caminando por ella por un
tiempo, pueden pensar que están haciendo todo bien, pero hay una ley. Le llaman
la ley de la gravitación en el universo físico, y funciona, es definitiva, es
inexorable: lo que sube puede bajar. Deberás recoger lo que has sembrado. Dios
ha estructurado el universo de esta manera, y el que va por la vida sin preocuparse
por los demás será una víctima subyugada de esta ley.
Así
que continúo y digo que, si la vida ha de ser completa, es necesario que a la
longitud se le añada la amplitud. Ahora bien, la amplitud de la vida es la
preocupación externa por el bienestar de los demás, como ya lo he dicho. La
vida debe incluir esta latitud por la cual el individuo se interesa de forma
bondadosa por sus semejantes. Y ninguna persona no ha comenzado a vivir hasta
que pueda elevarse por encima de los confines estrechos de sus propios
intereses individuales hacia los intereses más amplios de toda la humanidad.
La
longitud sin amplitud es como un río dependiente de sí mismo, que no tiene
salida hacia el mar. Estancado y fijo, se hace maloliente, como un pantano al
que le falta vida y que no tiene frescura. Para vivir creativa y significativamente,
nuestro interés personal debe hermanarse con el bien de los demás.
Un
día Jesús dijo una parábola. Ustedes recordarán esa parábola. Había un hombre
que se le había acercado para hablar con Él sobre algunas cuestiones muy
profundas. Y finalmente se le lanzó la pregunta: "¿Quién es mi prójimo?" Y este hombre quería entrar en
un debate con Jesús. Con otras personas, esta pregunta podría haber terminado
muy fácilmente en el aire como un debate teológico o filosófico. Pero como
ustedes recordarán, Jesús de inmediato sacó esa pregunta del aire y la puso en
una curva peligrosa entre Jerusalén y Jericó. Habló acerca de un hombre que había
caído en manos de ladrones. Dos hombres pasaron por allí, y simplemente
siguieron su camino. Y, finalmente, llegó otro hombre, un miembro de otro pueblo,
que se detuvo y lo ayudó. Y esa parábola termina diciendo que este buen samaritano
era un gran hombre; era un buen hombre porque estaba preocupado por alguien más
que sí mismo.
Ahora
bien, como sabrán, pueden haber muchas ideas acerca del por qué el sacerdote y
el levita pasaron de largo y no se detuvieron para ayudar a aquél hombre. Hay una
gran cantidad de ideas al respecto. Algunos dicen que iban a un servicio de la
iglesia, y que se les estaba haciendo un poco tarde, ya saben, y no podían llegar
tarde a la iglesia, por lo cual siguieron su camino porque tenían que llegar a
tiempo a la sinagoga. Y luego están los otros que dicen que esos hombres estaban
involucrados en el sacerdocio, y en consecuencia, había una ley sacerdotal que decía
que si ibas a administrar el sacramento o lo que sea, no podías tocar un cuerpo
humano veinticuatro horas antes de la adoración. Además, hay otra posibilidad.
Es posible que estuvieran yendo a Jericó para organizar una Asociación del
Mejoramiento para el Camino de Jericó. Esa es otra posibilidad. Y tal vez puede
que hayan pasado de largo porque sentían que era mejor tratar con el problema
desde la fuente que lo causaba en lugar de interesarse por una víctima
individual. Esa es otra posibilidad.
Pero,
¿saben qué?, cuando pienso en esta parábola, pienso en otra posibilidad cuando uso
mi imaginación. Es posible que estos hombres pasaran de largo porque tenían
miedo. Porque, saben, el camino de Jericó es un camino peligroso. Yo mismo he
estado en él y lo sé. Y nunca lo olvidaré. La señora King y yo estuvimos en la
Tierra Santa hace algún tiempo. Alquilamos un automóvil y nos dirigimos de
Jerusalén a Jericó, en una distancia de unas dieciséis millas. Y cuando llegas
al camino a Jericó, se los aseguro, te encuentras con un camino sinuoso, muy curveado
y serpenteante, muy propicio para el robo. Y cuando estábamos allí le dije a mi
esposa: "Ahora comprendo por qué
Jesús usó este camino como ocasión para su parábola." Aquí estás
cuando comienza tu camino a Jerusalén: estás a dos mil doscientos pies sobre el
nivel del mar, y al llegar a Jericó, dieciséis millas más adelante, estás a dieciséis
millas de Jerusalén, estás a mil doscientos pies por debajo del nivel del mar.
Durante los días de Jesús ese camino llegó al punto de ser conocido como el
"Camino Sangriento". Así que cuando piensas en el sacerdote y en el
levita, creo que lo que le pasaba a aquellos hermanos es que tenían miedo.
Eran
justo como yo. El otro día, yo me dirigía a la casa de mi padre en Atlanta. Él
vive a tres o cuatro millas de mí casa, y para ir a la suya, tienes que ir
bajando el Camino Simpson. Y después, cuando regresé más tarde esa noche (y, hermano,
puedo asegurarle que Simpson Road es un camino sinuoso), había un hombre que
estaba de pie por ahí tratando de hacer señas para que me detuviera. Y yo sentí
como que necesitaba un poco de ayuda; Yo sabía que necesitaba ayuda. Pero, no
lo sé. Voy a ser honesto con usted, yo seguí adelante. Yo no estaba muy
dispuesto a tomar el riesgo.
Les
aseguro en esta mañana que la primera pregunta que el sacerdote se preguntó fue
la primera pregunta que yo me hice en ese Camino a Jericó en Atlanta conocido
como el Camino Simpson. La primera pregunta que el levita se hizo fue: “Si me detengo a ayudar a ese hombre, ¿qué
me va a pasar a mí?" Pero el Buen samaritano venía y él invirtió la
pregunta. El no preguntó “¿Qué será de mí si me detengo a ayudar a ese hombre?",
sino "¿Qué será de ese hombre si yo no me detengo a ayudarlo?" Esa es
la razón por que la cual aquél hombre samaritano era bueno y grandioso. Él era
maravilloso porque estaba dispuesto a asumir un riesgo para ayudar a la
humanidad; estaba dispuesto a preguntar: "¿Qué
va a pasar con ese hombre?", no "¿Qué
va pasar conmigo?”.
Esto
es lo que Dios quiere el día de hoy: Hombres y mujeres que se pregunten: "¿Qué pasará con la humanidad si yo no
ayudo?”; “¿Qué pasará con el movimiento por los derechos civiles si yo no
participo?; “¿Qué pasará con mi ciudad si yo no voto?”; “¿Qué pasará con los
enfermos si yo no los visito?". Esto es lo que Dios juzga de la gente
en el análisis final. Jesús, al describir la imagen simbólica del Gran Juicio,
dejó bien sentado que la norma para determinar la división entre ovejas y
cabritos serían las cosas que se hubieran hecho en pro de los demás.
Oh
sí, habrá un día, y la pregunta no será: "¿Cuántos
premios obtuviste en la vida?" No; no en ese día. No será, "¿Qué tan popular te volviste en tu
entorno social?". Esa no será la pregunta en aquél día. No se te va a
preguntar cuántos títulos fuiste o no capaz de conseguir. La pregunta ese día
no se tendrá nada que ver con si tú tienes un "doctorado" o con si te
falta una maestría. No tendrá que ver con el hecho de si fuiste a la
universidad o si solo llegaste a la primaria. La pregunta en aquél día no será,
"¿Qué tan bonita luce tu
casa?". La pregunta aquél día no será, "¿Cuánto dinero acumulaste?” o “¿Cuántos
bonos o tarjetas tienes?". La pregunta en aquél día no será: "¿Qué tipo de automóvil tuviste?".
En ese día, la pregunta será: "¿Qué
has hecho por los demás?".
Ah,
pero ya oigo a alguien diciendo: "Pero
Señor, hice muchas cosas en la vid. Hice bien mi trabajo; el mundo me honró por
haber hecho mi trabajo. Hice muchas cosas, Señor; Fui a la escuela y estudié
duro. Y acumulé mucho dinero, Señor, eso es lo que hice". Y parece
como si pudiera oír al Señor de la vida respondiendo: "Pero yo tenía hambre, y ustedes no me dieron
de comer. Yo estaba enfermo, y ustedes no me visitaron. Yo estaba desnudo, y
ustedes no me cubrieron, no lo hicieron. Yo estuve en la cárcel, y ustedes no
estaban preocupados por mí. Así que lárgate de aquí y apártate de mí. ¿Qué has
hecho por los demás?" Esa es la amplitud de la vida.
¿Diste
de comer al hambriento? ¿Diste de beber al sediento? ¿Vestiste al descubierto?
¿Visitaste al enfermo y consolaste a los presos? Éstas son las preguntas que
hace el Señor de la vida. En
cierto modo, el juicio tiene lugar cada día, y, nosotros, por nuestras obras y
palabras, por nuestro silencio y discurso, escribimos continuamente algo en el
Libro de nuestra Vida. La luz vino al mundo y todos los hombres deben decidir
si caminarán en la luz del altruismo creador o en la oscuridad del egoísmo
destructor. Éste es un juicio diario. La pregunta más urgente e insistente de
la vida es: “¿Qué haces por los demás?”
En
algún momento del camino, tenemos que aprender que no hay nada más grande que
hacer algo por los demás. Y este es el camino por el que he decidido andar por
el resto de mis días. Eso es lo que me interesa. John, si llega a ocurrir que
usted y Bernard están cerca cuando esté en los últimos días y me toque el
momento de atravesar el Jordán, quiero que les digan que hice una petición: no
quiero un largo funeral. De hecho, ni siquiera necesito que se tarden hablando
de mí más de uno o dos minutos. Espero vivir tan bien el resto de mis días (no
sé cuánto tiempo viviré, y no me importa eso), pero espero poder vivir tan bien
que el predicador pueda levantarse y decir: "Él era fiel." Eso es todo, eso es suficiente. Ese es el sermón
que me gustaría oír: "Bien hecho mi
siervo bueno y fiel. Has sido fiel, han estado preocupado por el bien de los
demás." Ahí es donde quiero andar a partir de ahora durante el resto
de mis días. Jesús dijo: "El que sea
el mayor de vosotros, que sea vuestro siervo." Yo quiero ser un
siervo. Quiero ser testigo para mi Señor, de hacer algo por el bien de los
demás.
Y
ustedes, amigos míos, no se olviden, al hacer algo por los demás, que tienen lo
que tienen, por los demás. No olviden eso. Estamos atados juntos en la vida y
en el mundo. Y puede que algunos piensen que consiguieron todo lo que tienen
por sí mismos. Pero, ¿saben qué?, antes de llegar aquí a la iglesia esta
mañana, estaban siendo dependientes de más de la mitad de la gente que conocen.
Te levantas por la mañana y vas al baño, y jalas una barra de jabón, que
inicialmente te fue entregada por un francés. Luego tomas una esponja que te ha
sido dado por un turco. Tomas una toalla, que te viene a la mano por medio de
las manos de alguien de una isla en el Pacífico. Y luego vas a la cocina a
prepararte de desayunar. Tomas un poco de café, que te es derramado en tu taza
por un sudamericano. O tal vez decides que quieres un poco de té esta mañana,
sólo para descubrir que el té te es vertido en tu taza por un chino. O tal vez
quieres un poco de cacao, y ese se te echa en tu taza por parte de un Africano
Occidental. Luego quieres un poco de pan
y vas a conseguirlo, y éste te es dado a ti por medio de las manos de un
agricultor de habla Inglesa o mexicana, por no mencionar el panadero. Antes de
llegar a comer el desayuno de la mañana, ya eres dependiente de más de la mitad
del mundo. Es algo que Dios permitió; esa es la manera en que Dios estructuró mucho
de este mundo.
Dios
ha estructurado este universo de forma que las cosas no vayan bien del todo
cuando los seres humanos no son diligentes en el cultivo de su amplitud.
Incluso los psicólogos sociales nos dicen que no podemos ser personas del todo
si no interactuamos con las demás personas. Toda la vida está interrelacionada
y todos los hombres son interdependientes. Y, lo trágico es que a pesar de
todo, continuamos recorriendo un camino de egoísmo desordenado. La mayoría de
los problemas que nos plantea el mundo de hoy reflejan la incapacidad
voluntaria del ser humano de añadir la amplitud a la longitud.
Esto
se descubre claramente en la crisis racial planteada en muchos países. Muchas
veces, la tensión en las relaciones raciales es consecuencia del hecho de que
muchos de nuestros hermanos blancos están demasiado interesados en la longitud
de la vida: su posición económica privilegiada, el poder político, la estima
social, la llamada «forma de vida». Si se pusieran de acuerdo para añadir
amplitud a la longitud —la dimensión que incluye a los demás, añadida a la
dimensión que incluye a uno mismo—, las discordias de nuestra nación se
transformarían en una bella sinfonía de hermandad.
Esta
necesidad de añadir la amplitud a la longitud aparece también en las relaciones
internacionales. Ninguna nación puede vivir aislada. Mi mujer y yo tuvimos el
privilegio de realizar una memorable visita a la India. A pesar de que pasamos
momentos sublimes y valiosos, también hubo momentos depresivos en nuestro
viaje. ¿Cómo podemos dejar de sentirnos así si vemos con nuestros propios ojos
a millones de personas que se van a dormir hambrientos? ¿Cómo no sentirnos
deprimidos al ver con nuestros propios ojos que millones de personas duermen en
las zanjas? ¿Cómo no sentir opresión sabiendo que, de los 435.000.000 de
habitantes de la India, 350.000.000 ganan menos de 70 dólares al año, y la
mayoría de ellos no han visto en su vida a un médico o a un dentista? ¿Aquí en
América debemos seguir despreocupados ante esta situación? La respuesta es un
no rotundo. Nuestro destino como nación está vinculado al destino de la India.
Mientras la India, o cualquier otra nación, esté insegura, nosotros no
estaremos completamente seguros. Tenemos que utilizar nuestros amplios recursos
para ayudar a los países subdesarrollados del mundo.
Hemos
gastado demasiado dinero de nuestro presupuesto nacional estableciendo bases
militares por todo el mundo y planeando viajes de exploración espacial, pero
hemos puesto muy poco estableciendo bases de auténtico interés y comprensión
mutua en la tierra. En última instancia, todos los hombres son
interdependientes y, por tanto, están involucrados en un proceso singular
único. Inevitablemente estamos llamados a ser guardianes de nuestros hermanos a
causa de la interrelacionada estructura de la realidad global. Ninguna nación
ni ningún individuo pueden vivir completamente aislados. John Donne interpretó
esta verdad en términos gráficos de absoluta claridad cuando afirmó: “Ningún hombre es una isla que se baste a sí
mismo; cualquier hombre es un pedazo de continente, una parte del todo; si el
mar se lleva un trozo de tierra, todo eso pierde Europa, tanto si se trata de
un promontorio como de la casa de uno de tus amigos o de la tuya propia; la
muerte de cualquier hombre me disminuye, porque pertenezco a la humanidad, y
por eso no es preciso que preguntes por quién tocan las campanas: tocan por
ti.”
Este
reconocimiento de unicidad de la humanidad y de la necesidad de un interés
activo es la amplitud de la vida humana. Así que también preocupémonos por los
demás porque somos dependientes de los demás. Cuidemos de los demás y ayudemos
a cuantos podamos, añadiendo amplitud a la longitud de nuestras vidas.
III. La altura de la vida
Pero
tampoco se detengan ahí. Todavía nos queda una tercera dimensión de la vida
completa: la altitud, la tendencia ascendente hacia algo distintivamente mayor
que está por encima de la humanidad.
¿Saben
algo?, muchísima gente domina la longitud de la vida, y muchos otros dominan la
amplitud de la vida, pero allí se detienen. De la misma forma en que algunas
personas nunca llegan a superar la longitud, hay otras que nunca llegan a
superar la combinación de longitud y amplitud. Desarrollan brillantemente sus
potencias internas y tienen un parecer genuinamente humanitario, pero se quedan
cortos a pesar de todo, porque están tan ligados a la tierra, que deifican al
ser humanidad o llegan a la absurda conclusión de que la humanidad es Dios, y
por lo tanto, pretenden vivir sin cielo.
Sin
embargo, si la vida ha de ser completa, debemos ir todavía más allá de nuestros
propios intereses y debemos ir todavía más allá de los intereses de la
humanidad y buscar hacia arriba, alcanzar a conocer sobre el Dios del universo,
cuyo propósito nunca cambia y siempre es firme. Debemos prestar nuestro mayor juramento de
fidelidad al Ser eterno que es la fuente fundamental de la vida, porque cuando
alcanzamos la altura de la vida, hemos tenido una vida completa.
Ahora,
muchísima gente ha descuidado esta tercera dimensión. Y ¿saben qué?, lo
interesante es que mucha gente la descuida y ni siquiera sabe que la está
descuidando. Es como si sólo se involucraran en muchas otras cosas y se
entretuvieran en vanalidades. Y es ahí donde ocurre el ateísmo.
¿Saben
qué?, hay dos clases de ateísmo. El ateísmo es la idea de que Dios no existe. Y
un tipo de ateísmo es el ateísmo teórico: cuando alguien simplemente se sienta
y al pensar superficialmente en ello, concluye erróneamente que no hay Dios. Muchos
de estos escépticos y agnósticos modernos tienen dudas sinceras de forma
intelectual. Viendo horrores del mal moral y natural, cuestionan la existencia
de Dios porque dicen no poder entender que Dios permita la existencia del dolor
y el mal. No se dan cuenta que estas cosas son el precio de la libertad de
decisión que Dios le dio al ser humano, y son incapaces de revertir la pregunta
y reconocer que Dios también les ofrece descanso, consolación, liberación,
alegría y bondad.
Sin
embargo, sospecho que la mayoría de la gente que vive sin Dios pertenece a otra
categoría de ateísmo. No son ateos teóricos sino ateos prácticos. Y el ateísmo
práctico es en el que la gente simplemente vive como si Dios no existiera. Todos
los ateos teóricos son también ateos prácticos, pero no todos los ateos
prácticos son ateos teóricos. Como ustedes sabrán, muchas, muchas, personas no
niegan la existencia de Dios con los labios, pero la niegan con sus vidas. Con
su boca afirma que Dios existe, pero con sus actos demuestran que no lo creen. Viven
sin la presencia de Dios en sus vidas. Viven como si lo que diga Dios no
importara.
Estos
ateos prácticos borran a Dios de la agenda de sus vidas, y puede que lo hagan
un tanto de manera inconsciente. Muchos nunca dirán: «Me voy de ti Dios, ahora mismo te abandono». Pero se hunden en las
cosas de este mundo, son arrastrados inconscientemente por el oleaje creciente
del materialismo y se quedan chapoteando en las confusas aguas del laicismo.
Seguramente
también han visto a esas personas que tienen una presión alta de credos,
presión alta de religiosidad, una presión alta de palabras, pero una anemia de
obras, una anorexia de actos bondadosos, una bulimia de amor. Me refiero a la
gente que niega la existencia de Dios con su manera de vivir y que sólo se involucra
en otras cosas que disfrazan el estado real de su corazón. Se entretienen tanto
en conseguir, por ejemplo, mucho dinero. Se involucran de lleno en conseguir
una hermosa casa, que todos deberíamos tener. Se entretienen tanto tratando de
obtener coche hermoso, que simplemente se olvidan de Dios, de manera
inconsciente. Hay quienes se involucran tanto en el estudio de las luces
artificiales de la ciudad que inconscientemente se olvidan de levantarse y
mirar esa gran Luz cósmica y pensar en ella, pensar cómo cada mañana se levanta
el sol en el horizonte desde el este y se mueve a través del cielo en una
especie de sinfonía de movimiento que va pintando su color en azul de
diferentes tonalidades, una luz que el ser humano nunca podrá igualar. Muchos se
la pasan el tiempo estudiando los edificios gigantescos de la gran ciudad, que
inconscientemente se olvidan de pensar en las gigantescas montañas que besan el
cielo como si fuera a bañar sus picos en el claro azul, algo que el ser humano
nunca podría llegar a hacer. Y muchos están tan entretenidos pensando en el radio
y en su televisión, que inconscientemente se olvidan de pensar en las estrellas
que decoran los cielos como faroles que se balancean por la eternidad, esas
estrellas que parecen ser pasadores brillantes, plateados que se pegan como
alfileres en el magnífico azul y negro de la noche. Muchos se pasan tanto
tiempo pensando en el progreso del hombre, que se olvidan de pensar en la
necesidad del poder de Dios en la historia. Muchos terminan caminando por días y
días sin saber que necesitan de la presencia de Dios en sus vidas y que deben
arrepentirse, buscarlo y vivir con Él.
Muchas
de la gente moderna, viviendo en lo que ha sido llamado por el profesor Sorokin
como «una cultura sensitiva», sólo cree las cosas que pueden ser conocidas por
medio de los cinco sentidos. Pero este esfuerzo por subsistir en un universo
centrado en el hombre conduce solamente a frustraciones más hondas. Como
Reinhold Niebuhr lo dijo: «Desde 1914 se
suceden los acontecimientos trágicos, como si la historia estuviera destinada a
refutar las vanas ilusiones del hombre moderno». Surcamos los mares de la
historia moderna como navíos sin brújula. No tenemos guía, ni sentido de la
dirección. Dudamos de nuestras propias dudas y nos preguntamos perplejos si, en
realidad, y a pesar de todo, no hay alguna fuerza espiritual que sostenga
disimuladamente la realidad.”
A
pesar de nuestras negaciones teóricas, tenemos experiencias espirituales que no
pueden ser explicadas en términos materialistas. A pesar del culto de la gente
al orden natural, sentimos una y otra vez la llamada de algo que nos maravilla
de que el orden magnífico del universo sea el resultado de una acción combinada
de protones y electrones. A pesar de nuestra desordenada reverencia por las
cosas materiales, algo nos recuerda constantemente la realidad de lo invisible.
Por la noche, contemplaremos las estrellas que iluminan el cielo como linternas
oscilantes de eternidad. Quizás en algún momento creamos que lo vemos todo,
pero de pronto, algo nos recuerda que somos limitados, que no somos
omniscientes y que no vemos la ley de la gravitación que las mantiene allí
arriba. Fascinados, contemplamos la belleza arquitectónica de alguna casa de
Dios, pero algo nos recuerda pronto que nuestros ojos no pueden ver aquella
catedral en su realidad total. No hemos podido ver dentro del espíritu del
arquitecto que trazó los planos. Nunca podremos ver con los ojos el amor o la
fe de los individuos cuyos sacrificios hicieron posible la erección del
edificio.
Mirándonos
unos a otros, pronto llegaremos a la conclusión de que nuestra percepción del
cuerpo físico es una visión de todo lo que somos. Ahora que estáis mirando
hacia el púlpito y observáis como predico este sermón, podéis concluir
inmediatamente que veis a Martin Luther King. Pero entonces os dais cuenta de
que sólo veis mi cuerpo, que por sí mismo no puede razonar ni pensar. No
podréis ver nunca el «yo» que hace que sea yo, como yo no puedo ver el
«vosotros» que hace que seáis vosotros. Este algo invisible, que llamamos
personalidad, está más allá de nuestra visión física. Platón tenía razón al
decir que lo visible es una sombra lanzada por lo invisible.
Dios
aún se encuentra en su universo. Los avances tecnológicos y científicos no
pueden borrarlo de la microscópica esfera del átomo ni de las dimensiones
insondables del espacio interestelar. viviendo en un universo en el cual las
distancias de algunos cuerpos celestes deben ser dadas en términos de algunos
millones de años-luz, el hombre moderno exclama con el Salmista antiguo: «Cuando contemplo los cielos, obra de tus
manos; la luna y las estrellas, que tú has establecido... ¿Qué es el hombre
para que de él te acuerdes, y el hijo del hombre para que de él te cuides?»
Y
yo les digo en esta mañana que esta es la fe personal que me ha mantenido en
marcha, la fe que me ha hecho seguir adelante. No estoy preocupado por el
futuro. ¿Saben qué?, ni si quiera esta cuestión de problemas sociales, no tengo
miedo. Yo estaba allá en Alabama el otro día, y me puse a pensar en el estado
de Alabama, donde hemos trabajado tan duro pero podríamos seguir teniendo
gobernantes racistas y opresores. En mi estado natal, Georgia, tenemos ahora a otro
gobernador enfermo del espíritu. Y todas estas cosas podrían confundir a muchos,
pero a mí no me preocupa. Porque el Dios que yo adoro es un Dios que tiene una manera
de decirle incluso a los reyes e incluso a los gobernadores, "Estad
quietos, y sabed que yo soy Dios." Y Dios no ha entregado este universo a
esos gobernantes. En alguna parte de la Biblia leí que: "Del SEÑOR es la
tierra y su plenitud,” y continúo en lo que hago porque tengo fe en Él. Y puedo
estar en donde sea, aunque no quiera estar allí, pero mi fe en Él siempre me
sostiene y siempre me sostendrá. Yo no sé lo que depara el futuro, pero sí sé quién
depara el futuro. Y si Él nos guía y sostiene nuestra mano, vamos a seguir
hacia adelante.
Recuerdo
allá en Montgomery, Alabama, una experiencia que me gustaría compartir con
ustedes. Cuando estábamos en medio del boicot a los autobuses, teníamos una
ancianita maravillosa que de cariño llamábamos la Hermana Pollard. Era una
señora extraordinaria de unos setenta y dos años, y, a su edad, todavía estaba
trabajando. Durante el boicot de autobuses ella iba a caminar todos los días al
trabajo y de regreso. Así que un día, una persona se detuvo y le dijo, "¿No quiere que le dé un ride?",
pero ella le contestó: "No."
Y entonces el conductor siguió. Pero luego se detuvo, se quedó pensando, y
retrocedió un poco para decirle: "¡Oiga!,
¿no está cansada?" Y ella respondió: "Sí, mi pies están cansados, pero mi alma está descansada."
Era
una dama extraordinaria. Y recuerdo una ocasión en que yo había pasado por una
semana muy difícil. Me habían llegado amenazas telefónicas todo el día y toda
la noche anterior, y yo estaba empezando a flaquear y a debilitarme por dentro
y a perder valor. Pero nunca olvidaré que fui a la asamblea aquella noche de
lunes de una manera muy desanimada y, un poco temeroso, preguntándome si en
realidad ganaríamos la batalla. Y me levanté para hablar aquella noche, pero no
lo hice con determinación, con fuerza y con poder.
Así
que después de la reunión, la Hermana Pollard se acercó a mí y me dijo, “Hijo, ¿qué te pasa?"; y me dijo: "No hablaste fuerte esta noche".
Yo le respondí, diciendo: "No pasa
nada, Hermana Pollard, estoy bien." Pero ella me dijo: "No puedes engañarme, algo te
pasa." Y luego me dijo: "¿Será
que los chicos blancos te están haciendo algo que no te gusta?" Yo le dije "Todo estará bien hermana." Y entonces ella me dijo finalmente:
"Acércate, y deja que te diga algo
más, y quiero que esta vez lo escuches." Me dijo: "Ya te he dicho que estamos contigo durante
todo el camino, pero incluso cuando no estemos contigo, el Señor está contigo."
Y
yo he visto muchas cosas desde ese día. He tenido muchas experiencias desde
aquella noche en Montgomery, Alabama. Desde entonces, la Hermana Pollard murió.
Desde entonces, he estado en más de dieciocho cárceles. Desde entonces, he
estado cerca de la muerte de manera peligrosa, en las manos de una mujer
demente. Desde entonces, he visto mi casa explotar con bombas tres veces. Desde
entonces, he tenido que vivir cada día bajo la amenaza de muerte. Desde
entonces, he tenido muchas noches frustrantes y desconcertantes. Pero una y otra
vez, todavía escucho las palabras de la Hermana Pollard: "Dios cuidará de ti."
Y
yo estoy aquí, en este día para decirles que necesitamos a Dios. El ser humano puede
saber mucho actualmente, pero su conocimiento no elimina a Dios. Y yo les aseguro
en esta mañana que Dios está para quedarse. Algunos escépticos y teólogos se
han atrevido a decir, blasfemando, que Dios está muerto. Pero yo les he estado
preguntando al respecto, porque me
molesta que digan que Dios está muerto, porque no tuve la oportunidad de
asistir a Su funeral. Pero ¿saben qué?, ninguno de ellos ha sido capaz de
decirme todavía la fecha de Su muerte. Nadie ha sido capaz de decirme quién era
el médico forense que lo declaró muerto. Nadie ha sido capaz de decirme dónde
está enterrado.
¿Saben
qué?, cuando pienso en Dios, conozco su nombre. En algún lugar allá en el
Antiguo Testamento, Él le dijo a Moisés: "Quiero que vayas, y les digas:
‘YO SOY’ te envió." Él dijo esto sólo para que quedara claro; les hizo
saber "mi apellido es el mismo que mi nombre: "YO SOY el que YO SOY."
Que quede claro. “YO SOY." Y Dios es el único ser en el Universo que puede
decir "YO SOY” y poner un punto enseguida. Cada uno de nosotros, los que
estamos aquí, tenemos que decir: "Yo soy gracias a mis padres, yo soy
debido a ciertas circunstancias; yo soy debido a ciertas cuestiones
hereditarias; yo soy gracias a Dios." Pero Dios es el único ser que puede
decir solamente: "YO SOY" y dejarlo ahí. "YO SOY el que YO SOY."
Y Él ES. Y Él está para quedarse. Que
nadie les haga sentir que no necesitamos a Dios.
Quisiera
animarles a que concedan prioridad a la búsqueda de Dios. Pidan que el espíritu
de Él penetre en el ser de ustedes. Lo necesitarán para responder a las dificultades
y provocaciones de la vida. Antes de que las naves de sus vidas atraquen en el
último puerto, habrán largas, arrolladoras tempestades, vientos rugientes y
arrasadores, y mares tempestuosos que helarán el corazón si no tenéis una fe
profunda y paciente en Dios, y serán impotentes para enfrentarse a los
retrasos, los desengaños y la vicisitudes que inevitablemente se producen.
Sin
Dios, todos nuestros esfuerzos se vuelven ceniza, y nuestros amaneceres, noches
oscuras. Sin Él, la vida es un drama absurdo en el que faltan las escenas
decisivas. Pero, con Él, podemos levantarnos por encima de valles agitados
hacia alturas sublimes de paz interior y encontrar radiantes estrellas de
esperanza en las profundidades de las noches más deprimentes de la vida. Llegando
a mi conclusión esta mañana, quiero decirles que debemos buscar a Dios. Fuimos
hechos para Dios, y no tendremos descanso verdadero sino hasta que encontremos
descanso en Él. Como muy bien le dijo
San Agustín a Dios: «Nos has creado para
Ti, y nuestro corazón no descansará hasta que repose en Ti».
Un
predicador muy experimentado fue a una facultad a dar un sermón para graduados.
Al terminar, paseó por el jardín hablando con unos asistentes al curso que se
habían graduado. Habló con un joven brillante llamado Roberto. La primera
pregunta que dirigió a Roberto fue: «¿Cuáles son tus planes para el futuro?» «De
momento, entrar en la Facultad de Derecho», dijo Roberto. «¿Y después, Roberto?»,
inquirió el predicador. «Bien —respondió Roberto—; me propongo casarme y fundar
una familia, y después establecerme sólidamente en mi profesión de abogado». «¿Y
qué más, Roberto?», insistió el predicador. Roberto replicó: «Debo declarar francamente
que pienso ganar mucho dinero con el ejercicio de mi profesión legal para no
tenerme que retirar demasiado tarde, y poder viajar por diversos países del
mundo... Es una cosa que siempre he deseado hacer». «¿Y qué más, Roberto?», añadió el predicador
con una insistencia casi molesta. «Bien —acabó Roberto—; pues estos son todos
mis planes». Observando a Roberto con una actitud que expresaba compasión y
paternal interés, el predicador dijo: «Joven, tus planes son muy cortos. Todos,
a lo más, pueden durar setenta o cien años. Debes hacer planes lo bastante
dilatados para que comprendan a Dios y lo bastante amplios como para que
abarquen la eternidad».
Es
un consejo muy sensato. Sospecho que todavía muchos de nosotros estamos metidos
en planes grandes en cantidad, pero pequeños en calidad, planes que se mueven
en el sentido horizontal del tiempo y no en el vértice de la eternidad. También
querría instarles para que los planes que ustedes tengan fuesen tan amplios y
extensos que las cadenas del tiempo no pudiesen inmovilizarlos. Den sus vidas
—todo lo que tienen y todo lo que son— al Dios del universo, quien no altera
nunca sus designios.
¿Dónde
se encuentra este Dios? ¿En un tubo de ensayo? No. ¿Dónde, sino en Jesucristo,
Señor de nuestras vidas? Conociéndole a Él, conocemos a Dios. No solamente
Cristo es igual a Dios, sino que Dios es como Cristo. Cristo es la Palabra
hecha carne. Es el lenguaje de la eternidad traducido al lenguaje temporal. Si
debemos saber cómo es Dios y entender sus designios respecto a la humanidad,
debemos volvernos hacia Cristo. Abandonándonos totalmente a Cristo y a su
hacer, participaremos en un maravilloso acto de fe que nos conducirá al verdadero
conocimiento de Dios.
Así
es como hoy puedo confrontar a cualquier hombre o mujer con mis pies puestos firmes
en la tierra, y mi mente determinada, porque sé que cuando estás en lo
correcto, Dios peleará tu batalla. "La
noche todavía puede ser más oscura, la batalla todavía puede ser más dura. Pero
defiende solamente lo que es correcto." Es como si escuchara una voz
hablándome incluso en esta mañana, diciéndonos a todos, "Defiende lo que es correcto. Defiende lo que es justo. He aquí,
que yo estaré contigo incluso hasta el fin del mundo."
Sí,
he visto los destellos de los rayos; he oído el retumbar de los truenos; he
sentido los ataques pecaminosos precipitándose contra mí, tratando de
conquistar mi alma. Pero he escuchado la voz de Jesús diciéndome que continúe
luchando. Él prometió nunca dejarme, nunca dejarme solo. Y voy a seguir
creyendo en ello.
Busquen
y encuentren el aliento de vida. Puede que ustedes no sean capaces de definir a
Dios en términos filosóficos. Los hombres de todas las épocas han tratado de
hablar de Él. Platón dijo que Él era el Buen Arquitecto. Aristóteles lo llamó
el Movedor inamovible. Hegel lo llamó el Todo Absoluto. Luego hubo un hombre
llamado Paul Tillich que lo llamó el "Ser en sí."
Nosotros
no necesitamos conocer todos esos términos grandilocuentes. Tenemos que
conocerlo a Él y descubrirlo a Él de otra manera. Porque un día ustedes tendrán
que levantarse y decir: "Yo lo conozco porque es el Lirio de los
Valles". Es la Estrella resplandeciente de la Mañana. Es la Rosa de
Sharon. Él es un hacha de guerra en la época de Babilonia. Y luego, en algún
lugar, simplemente deberán levantarse y decir: "Él es mi todo. Él es mi
madre y mi padre. Él es mi hermana y mi hermano. Él es un amigo para el que no
tiene amigos." Éste es el Dios del universo. Y si crees en Él y lo adoras,
algo va a suceder en tu vida. Vas a sonreír cuando los demás a tu alrededor estén
llorando. Este es el poder de Dios.
¿Y
qué consecuencia extraemos de todo esto? Salgan esta mañana: Ámense a sí mismos si eso significa un
interés adecuado, racional y saludable por sí mismos. Están llamados a hacerlo
y esa es la longitud de la vida. Enseguida, procedan a lo siguiente: "Amen a su prójimo como a sí mismos." Dios
les manda a que lo hagan y esa es la amplitud de la vida. Pero ahora les hago
saber que hay un primer mandamiento, aún mayor que todos, que nunca deben
olvidar: "Amarás al Señor tu Dios
con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus
fuerzas." (Me parece que el psicólogo solo diría que con toda tu
personalidad). Amen a Dios: esta es la altura de la vida. Y cuando
lo hagan, tendrán el aliento de la vida, el juicio, el entendimiento, la
verdad. Sólo mediante un desarrollo esforzado de todas las dimensiones podrán
vivir una vida completa.
Cuando
alcancen estas tres dimensiones juntas, podrán caminar y nunca cansarse. Podrán
mirar hacia arriba y ver las estrellas de la mañana cantando juntas, y a los
hijos de Dios gritando de alegría. Cuando tengan estas tres dimensiones
trabajando juntas en sus vidas, el juicio correrá como aguas de ríos, y la
justicia como torrente inagotable. Cuando tengan estas tres dimensiones juntas,
el cordero yacerá junto al león. Cuando tengan estas tres juntas, levantarán su
vista y "todo valle será elevado, y
todo monte y collado será bajado, los caminos ásperos, serán allanados, y los
caminos torcidos serán enderezados; y la gloria del Señor será revelada y toda
carne la verá conjuntamente." Cuando tengan estas tres dimensiones
juntas, harán a los demás lo que ustedes mismos quieren que los demás les hagan
a ustedes. Cuando tengan estas tres dimensiones juntas, reconocerán que de una
misma sangre hizo Dios a todos los hombres que habitan en la faz de la tierra.
Gracias
sean dadas a Dios porque Juan, hace ya muchos siglos, levantó los ojos al cielo
y vio la nueva Jerusalén en toda su magnificencia. Que Dios quiera que nosotros
también tengamos esta visión y nos encaminemos con pasión inalterable hacia aquella
ciudad de vida completa, en la cual, la longitud, la amplitud y la altura son
iguales. Solamente llegando a esta ciudad podremos realizar nuestra auténtica
esencia. Sólo alcanzando esta totalidad podremos ser verdaderos hijos de Dios.
Bibliografía
Este
texto está basado en el mensaje del Reverendo Martin Luther King Jr.: “The Three Dimensions of a Complete Life”.
El sermón fue traducido en su mayor parte, pero en algunos fragmentos fue
parafraseado y en otras, fue complementado con frases de ideas afines o partes tomadas
de dos distintas versiones:
Una
versión revisada por el mismo Martin Luther King fue condensada y puede ser leída en
español en la versión hispanizada de su libro “La fuerza de amar”, disponible en PDF
por medio de la página Acción Cultural
Cristiana (Véase el Sermón 9; en las págs. 83-92). http://www.accionculturalcristiana.org/pdf/fue_ama.pdf