"Más bien, busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas. Por lo tanto, no se angustien por el mañana, el cual tendrá sus propios afanes. Cada día tiene ya sus problemas." (Mateo 6:33).
LA JUSTICIA COMO PRINCIPIO VITAL
De principio a fin, la justicia es uno de los fundamentos o pilares principales del mensaje de la Biblia, uno de los temas más recurrentes en todos sus libros, uno de los puntos centrales de las enseñanzas de Jesucristo y una de las claves principales de tener una vida cristiana madura y plena. El sentido de justicia, por lo tanto, no debería ser visto por el meramente como un valor moral o un ideal utópico, sino como un principio primordial de nuestras vidas cotidianas y un llamado siempre presente de Dios para esta vida y la venidera.
Sin embargo, ¿qué es la justicia? ¿cómo se practica? y ¿cómo se ve en términos claros y habiéndoselas presentado en oración a Dios, quiero compartir lo que Él me ha permitido ver en las Escrituras al respecto.
MÁS QUE IDEAS COMUNES
Se sabe que usualmente la justicia se entiende como el hacer "lo correcto", hacer "lo que nos corresponde" o "cumplir con nuestros deberes" como personas; la RAE le define como un "principio moral que lleva a dar a cada uno lo que le corresponde o pertenece", y en otro acepción, como "el conjunto de todas las virtudes, por el que es bueno quien las tiene". Y, aunque estas definiciones son correctas, el problema es que las ideas humanas acerca de cuáles son los deberes y las acciones correctas en cada situación, suele decirse, dependen del cristal con que se mira y el paradigma o esquema de valores del que se parte.
LA RESPUESTA DE LAS ESCRITURAS
Un día, al despertar, mi mente meditaba en la pregunta planteada. ¿Qué significa buscar el Reino de Dios y su justicia? Me di cuenta que en ningún otro lugar podría encontrar otra respuesta mejor y más clara que en la Santa Palabra de Dios, así que pedí a Dios su ayuda y empecé a escudriñar las Escrituras y mis ojos fueron abiertos a lo siguiente:
En un reino hay un orden, una autoridad, un gobierno centrados en la figura del rey. Un rey establece decretos, órdenes, mandatos y estatutos que se deben hacer respetar y obedecer. Puede que no todos estén de acuerdo con lo que dicta el rey, pero a los súbditos del rey que trabajan con lealtad para Él, no les interesa que otros no estén de acuerdo. Ellos proclaman las decisiones del monarca para que se hagan obedecer.
Jesús dijo que sus discípulos debemos orar al Padre celestial para que «venga su reino» y para que así «como en el cielo» sea también en nuestra tierra, en nuestra casa, en nuestra familia y nuestra vida personal. Jesús no nos mandó a orar por algo utópico o irrealizable, sino algo posible y muy real. Él dijo que todo es posible al que cree» (Marcos 9:23). Sin embargo, Él también explicó que el reino de Dios no sería visible o tangible físicamente como lo pensarían los hombres, no diríamos "aquí está" o "allí está", porque desde el reino de Dios ha estado entre nosotros, entre los hombres desde los tiempos en que la luz resplandeció en las tinieblas, el tiempo en que el justo vino entre los injustos, tiempo en que el Rey vino a darse a conocer entre fariseos (Lucas 17:21).
Nosotros que hemos puesto nuestra fe en el SEÑOR, reconocemos la autoridad de Dios y reconocemos su rectitud como principio fundamental de nuestras vidas (Salmo 37). Siendo manifestada su rectitud, la injusticia de los hombres y la justicia del reino de Dios coexisten en un mundo donde los impíos y la maldad están a lado de creyentes que han sido justificados en santidad y salvados por la gracia de Dios a través de la fe en Jesucristo y su suficiente sacrificio. Por eso Jesús envió a sus discípulos diciéndoles: "He aquí, yo os envío como a ovejas en medio de lobos; sed pues prudentes como serpientes, y inocentes como palomas" (Mateo 10:16), pero al mismo tiempo les había dicho "Y yendo, predicad, diciendo: El Reino de los cielos ha llegado" (Mateo 10:7).
«Buscar» significa hacer lo necesario para llegar a conseguir algo o a hallarse en una determinada situación o estado. Lamentablemente vivimos en un mundo manchado por pecado y lastimados por cosas horribles e indecibles. Pero estas cosas coexistes por ahora con las huellas de Dios en la Creación, cosas hermosas, bendiciones y bondades que aún están a nuestro alrededor. Mientras "la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad" (Romanos 1:18-32), al mismo tiempo, "para los que aman a Dios, todas las cosas cooperan para bien, esto es, para los que son llamados conforme a su propósito" (Romanos 8:28) y nuestro Padre Celestial que está en los cielos "hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos" (Mateo 5:45).
Buscar que la bondad de Dios y su amor brillen en un mundo caído está por encima de todos los otros afanes de esta vida, pero no es algo que se separe de nuestro objetivo fundamental de vida. No son dos cosas distintas, son una misma: es buscar que se manifieste Dios en nuestra vida, y extender esa vida a todo lo que hagamos o tengamos que hacer. Colosenses 3:23 dice: "todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres" y 1 Corintios 16.14 nos exhorta: "todo lo que hagan haganlo con amor". 1 Corintios 10:31 dice: "Si coméis, o si bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios", es decir, para su honra, conocimiento y exaltación en público. Un rey es honrado y reconocido abiertamente como la figura de máximo autoridad. No es un asunto privado, por eso Jesús dijo: "todo el que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos" (Mateo 10:32).
Nuestro rey también nos adoptó como sus hijos e hijas (aunque no lo éramos=, y nos aceptó y recibió como sus amigos (aunque éramos sus enemigos). Él nos ha dado ejemplo para que, cómo Él ha hecho, poniéndose al servicio amoroso de los demás y viviendo sin engaño, también nosotros vivamos (Juan 13:15; Juan 13:34-35; Efesios 5:1-2; Colosenses 3:13).
Buscar el reino de Dios y su justicia en todo implica "andar como es digno del señor, haciendo todo lo que le agrada, dando fruto en toda buena obra y creciendo en el conocimiento de Dios" (Colosenses 1:10). Como los súbditos de un rey toman por ley la Palabra que Él les da, y así mismo la dan a conocer, nosotros somos llamados "embajadores de Cristo" (2 Corintios 5:20), encargados con la comisión de anunciar las buenas noticias sobre el Reino de Dios y rogar al mundo que se reconcilie con Dios.
Él es que hace que en nuestra vida todo obre para bien, por lo cual podemos confiadamente acercarnos a Él y regocijarnos en la verdad de que Sus caminos son más altos que los nuestros, y Él sabe lo que es mejor para nosotros. Él es el Señor de señores, la autoridad que mueve autoridades en nuestras vidas, el representa el poder por encima de todos los poderes. Nuestra alma haya descanso reconociéndole como el Rey supremo y divino de la creación, honrándole, hablando bien de Él y practicando la justicia que Él manda en público y en privado.
Todo eso no debe ser visto como una tarea dura o difícil de llevar, ni como una imposición arbitraria. Él, que conoce todo y a todos, nos creó y sabe lo que es mejor siempre. Su yugo, su dirección, es fácil. Al seguirle a Él en su camino, podemos hallar descanso para nuestras almas porque fuimos creados para eso, para adorarle y fuimos hechos en Cristo Jesús para buenas obras, las obras de su reino.
Lo que es complejo para el hombre es negarse a sí mismo y ceder el control, someter sus deseos y resistir la tentación de querer tener la razón. El espíritu del creyente verdaderamente está dispuesto, pero la carne es débil (Mateo 26:41). El hombre natural quiere saberlo todo, guiarse en su propio entender, pero la Biblia dice: "Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento" (Proverbios 3:5). "Pon tu vida en sus manos, confía plenamente en él, y él actuará en tu favor" (Salmos 37:5).
¿Dónde encontramos, entonces, su justicia declarada? Primero que nada, en Aquél que lo ha revelado al mundo: en el Hijo Unigénito que es su Palabra hecha carne, una extensión o persona de sí mismo. Asimismo, la revelación que Él ha dado a través de las Escrituras, desde los patriarcas y profetas como Moisés, hasta los evangelistas y apóstoles de la Biblia, al ser palabras reveladas del Espíritu Santo, constituyen un esquema de vida y carnal magna del reino. Parecería que la monarquía de Dios es constitucional, en este sentido. Ahora bien, aunque la Biblia incluye un Antiguo Pacto (específico para los israelitas antiguos) y un Nuevo Pacto (éste último extendido a toda la humanidad y gentiles), y hay puntos muy distintos entre el Antiguo y el Nuevo, porque Dios mismo dijo que Él haría "un nuevo pacto, no como el pacto que hice con sus padres" (Jeremías 31:31), no obstante hay principios espirituales y éticos en común que siguen siendo de gran utilidad para "buscar el reino de Dios y su justicia".
Lo importante para el cristiano es entender que la justicia de Dios se cumple en la persona de Cristo, quien nos hizo el llamado a andar como Él anduvo, y a seguir sus pasos por el resto de nuestras vidas (1 Juan 2:6).
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