El pecado: la rebelión contra Dios
Preguntar qué es el pecado es como preguntar qué
es la maldad. “Pecado” es la palabra que los cristianos usamos para referirnos
a la maldad humana, a todo lo que es malvado e injusto delante de nuestro Dios
bueno y justo. Una vez dicho esto, es natural que algunos pregunten ¿qué es lo malo delante de Dios?, para
los cual nos conviene empezar desde el principio de las cosas.
Las causas del pecado
Si pensamos en la caída del ser humano, como leemos en
el Libro de Génesis, diríamos junto con teólogos, que el primer pecado de la
humanidad fue la desobediencia a Dios, y en el mismo sentido, toda
desobediencia a Dios es pecado. Pero también podemos pensar en la causa de esa
desobediencia y llegar a la conclusión
de que quizá, antes de la desobediencia misma, la causa del primer pecado fue un momento de ingratitud por todo lo que Dios
les había dado; y si vamos más a fondo e indagamos en la causa de la
ingratitud, podríamos pensar que ésta tuvo origen en la incredulidad: Adán y Eva no creyeron en lo que
Dios les había dicho y advertido, y decidieron creerle a alguien más.
Se podría decir que su pecado fue
creerle a la persona equivocada; y si vamos más lejos y analizamos la trampa
que usó Satanás, diríamos que el objeto de tentación – el fruto prohibido –motivó
a Adán y a Eva, incitando la carnalidad de
ambos al olvidarse o al no importarles la advertencia de Dios. La cuestión es que, sin
embargo, el ser humano no hubiese caído si no hubiera dejado entrar una puerta
al pecado, a algo diferente de lo que Dios manda. Si pensamos en profundidad,
tal vez, entonces, no es que Adán y Eva hubiesen decidido volverse incrédulos por todo el tiempo, sino que se pusieron en pausa
para “probar” lo que alguien ajeno y extraño a Dios les decía. Pero eso fue sucifiente. Solo bastó un momentito
de infidelidad a Dios, un momentito de no seguir lo bueno, un momentito de no
buscar la justicia, un momentito de no creer en la palabra de Dios y no hacerle caso; un momentito de creer que
había algo “mejor” que lo que Dios había dado, un solo momentito de tibieza espiritual fue suficiente para caer en un
exilio de aflicción y esclavitud al pecado. ¿No nos enseña todo esto que como
cristianos jamás debemos bajar la guardia; que no debemos invitar ninguna voz
de extraños a nuestras vidas, y que nunca debemos dar ocasión al pecado en
nuestro caminar con Dios?
Ignorando la conciencia
Aunque los relativistas morales o cualquier hombre del mundo quiera negarlo, el mismo esquema de la caída del hombre aplica hoy en día. Dios
le ha dado al ser humano una conciencia, una ley moral y universal escrita en el
corazón, en donde se le susurra a la persona cuando ésta está cerca del pecado. Además de eso, Dios dio una ley a Israel y dio un estándar moral en la Biblia. El problema es que no todos eligen escuchar esa conciencia dada por Dios, y
muchos endurecen su corazón para disfrutar del momento o buscar algo que
pretenden que sea mejor.
El hombre carnal podría decir que, efímeramente, se
siente bien pecar. A menudo, el que peca no quiere pensar en las consecuencias
que su pecado traerá a los demás hombres, y esto es porque sólo elige enfocarse
en sus propios placeres o intereses momentáneos. Tales personas buscan
gratificarse a sí mismas en su círculo de intereses, en vez de hacer la
voluntad de Dios y servir a los demás. Sólo quieren vivir el momento, y quieren
vivirlo cómodamente. Sin embargo, eventualmente, el pecado les trae consecuencias
que empiezan a causar malestar, dolor, o sufrimiento, tanto a la persona que
peca, como a otras personas. Cuando viene la siega, el momento en el que se
dicta la justicia de Dios, entonces sí viene el momento de dolor y de crujir
dientes.
La medida del pecado
El primer pecado ocurrió porque el ser humano (solo por un
momento) pensó que lo que Dios había dicho, no era verdad. Si entonces les
hubiéramos preguntado a Adán y a Eva si esto fue cierto, quizá éstos lo
negarían, pues seguramente para Eva y Adán, el tomar del fruto prohibido
solamente había sido un error por postergar la voluntad de Dios; un error que
ocurrió por pausar su creencia en lo que Dios había dicho.
Eva era creyente. Cuando por primera vez se le acercó la
serpiente, ella se negó a comer del fruto, diciéndole que Dios lo había
prohibido. Pero luego viene el contrataque de Satanás basado en promesas falsas y mentirosas: la promesa de poder, la
promesa de algo mejor que Dios, la promesa de algo distinto, la promesa de algo más
cómodo a la santidad, la promesa de una vida sin santidad. No es solamente que las promesas del diablo fueran falsas y que las advertencias de Dios fueran verdaderas. Lo macabro del asunto es que las promesas de Satanás no son otra cosa más que el pecado disfrazado.
El ser humano se desvió. Fue solo por unos momentos, quizá
solo por unos minutos, se desentendió de la buena voluntad de Dios. Se
desentendió de la infalibilidad de sus advertencias. Se desentendió de lo que
le testificaba el corazón y la Creación, que Él es amoroso, que Él es poderoso,
que Él santo, que Él es puro y que Él es justo.
Los hombres modernos se justifican a sí mismos y
defienden su egocentrismo con la idea de que el hombre es la medida de todas
las cosas: todo gira en torno a sus propios deseos, a sus propias pasiones, a
sus propios caprichos, a su propio e infalible entendimiento, y su limitada y
posiblemente mal interpretada experiencia. Para el cristiano, sin embargo, Dios y sólo Dios debe ser la medida de TODAS las
cosas. Dios es bueno, y por lo tanto, todo aquello que va en contra de Él, es malo. Su
palabra es buena, por lo tanto, todo aquello que va en contra de ella, es malo. Dios es
todopoderoso y omnisciente, y el busca nuestro bien, con amor, verdad, y
justicia. Por lo tanto, todo aquello que va en contra de Él, busca nuestro mal. La
pregunta entonces es ¿qué es lo que va en contra de Dios?
La respuesta, por supuesto, debe ser Dios quien la responda. Pero es un hecho que es así: Jesucristo dijo que el que no está con Él, está contra él, y en la
Biblia reconocemos que Dios ha hablado a sus hombres a través de la historia;
que ha hablado a sus profetas y a sus servidores en la Biblia, y sobre todo,
que nos ha enviado a Jesucristo para recordarnos el camino de la pureza y la
verdad. No obstante, también nos puede responder por medio de su Espíritu Santo.
Un pecado tiene muchos nombres y
muchos disfraces.
Si quisiéramos hacer una lista de pecados, podríamos
empezar por mencionar entre ellos, la incredulidad, el asesinato, el odio al
prójimo, las guerras, las blasfemias, la fornicación, etcétera...
Sin embargo, no podríamos hacer una lista de todos los pecados
existentes, porque los hombres, dice la Biblia, que incluso "inventan nuevas formas de pecar, nuevas formas de hacer maldad" (Romanos 1:30). Estas nuevas
manifestaciones del pecado no son otra cosa que nuevas formas de oponerse a
Dios, de resistirse a hacer Su voluntad, de disfrazar las cosas que ante Él son
malvadas e injustas.
A veces la gente disfraza sus pecados de tal o cual
forma que parezcan inofensivos: usan nuevos nombres o los empaquetan con nuevas envolturas, y hay que tener
discernimiento proveniente de Dios para no ser engañados por estas envolturas y
disfraces. A veces envuelven el libertinaje en un paquete que dice "libertad", la rebelión en un paquete que dice "justicia", la fornicación en un paquete que dice "amor", la desobediencia la envuelven de excusas, y así sucesivamente. Pero uno nunca debe bajar la guardia ante el pecado. La Biblia dice: "hay de aquel que llama a lo bueno, malo, y a lo malo, bueno". Si es que
queremos caminar siempre en santidad delante de Dios, NUNCA debemos bajar la guardia ante el pecado. Y si no queremos caminar siempre en santidad, entonces debemos arrepentirnos, porque no hemos nacido de nuevo. Si queremos seguir a
Cristo, debemos seguirlo todo el tiempo, y para ello, desesperadamente necesitamos nacer de Su Espíritu
Santo.
Si toda la gente estuviese dirigida voluntariamente por
el Espíritu Santo, ninguna se preguntaría si el aborto, la masturbación, la pornografía,
o la homosexualidad son pecado. Todos se ahorrarían la pregunta y sus pretextos
humanos, si tan sólo fuesen guiados por Su Espíritu, y creyeran seriamente y
con temor piadoso en todo lo que les dice Dios.
El pecado acarrea juicio
Sin importar cuál es el pecado, la Biblia nos asegura
que ningún hombre que continúe pecando podrá ir al Reino de los Cielos. La Biblia dice
que “toda alma que peque, morirá.” No
dice que existan pecados “más grandes”
o “más chiquitos” que otros. Hay
pecados que causan más dolor, o menos dolor. Hay pecados que causan más
estragos, o menos estragos. Hay pecados con resultados más inmediatos, y con
resultados más tardíos. Hay pecados que dañan a más gente, o a menos gente. Hay
pecados engañosamente disfrazados y pecados abiertamente públicos. Hay pecados
de palabra, de pensamiento, o de omisión. Hay pecados de absurdos y pecados de
astutos. Hay pecados que merecen pocos azotes, y pecados que merecen
muchísimos. Pero, a fin de cuentas, ante Dios, todos se encierra en pecado, y el pecado mismo lleva a un mismo destino final: la muerte espiritual, y la condenación.
Muchas son las personas que tratan de justificar sus
propios pecados, pero, tarde o temprano, el pecado siempre tiene consecuencias terribles.
Dios llamará a juicio a todo pecador que no se ha arrepentido. La Biblia dice
que Su juicio no tarda y nos asegura que nadie quedará impune. La incredulidad
de aceptar este mismo juicio, también es un pecado. Los que esperamos Su
juicio, sabemos que Él será un juez justo e imparcial.
Sembraremos lo que cosechemos
La Biblia nos enseña que lo que sembremos, eso mismo cosecharemos y si sembráramos
maldad, recibiremos maldad. Si sembráramos bondad, recibiremos bondad. Es
simple: Dios juzgará o recompensará al ser humano, nos guste o no. En el día
del juicio, quienes hayan permanecido en el pecado y no se hayan arrepentido,
serán enviados al infierno. Nadie diga que Dios ama sin justicia. Nadie diga que el amor verdadero existe sin justicia.
Algunos dicen que Dios es demasiado ‘amoroso’ como para enviar a alguien a la
llama que nunca se apaga. Pero las Escrituras muestran que Dios es demasiado
justo como para enviar a un malhechor no arrepentido al reino de los cielos.
Por favor no
pensemos que Pablo de Tarso y Adolfo Hitler terminarán en el mismo lugar
eterno, ni tampoco pensemos que no merecemos el infierno por haber hechos cosas buenas. Pensemos en que un criminal, cualquiera que fuese su crimen, está
delante del Juez, y el juez lo juzga y lo sentencia a la cárcel. Y entonces el
criminal le dice, “Señor Juez, pero ¡no
me puede enviar a la cárcel por este mal que he hecho! ¡También he hecho cosas
buenas! ¡He ayudado a otras gentes!”. ¿Qué creen que diga el Juez? ¿Deberá
dejarlo libre por el bien que ha hecho?
Nuestras buenas obras no cambian el pecado que hemos
hecho. Y cuando nuestro propio entendimiento se justifica de esta manera, esto no
sirve de nada ante la sentencia divina que, con pruebas y evidencias, declara
culpable al malhechor, no en base a sus obras buenas, sino en base a sus obras
malas... en base a sus pecados.
Debemos reconocer que en el esquema de Dios, el amor y la justicia son inseparables. No pensamos
que Dios ama al pecador y a su pecado, tal y como es. Dios ama a los pecadores
como personas y como creaciones, pero Dios no ama los pecados, las maldades,
las injusticias que esos pecadores causan. La Biblia dice que Dios odia,
aborrece y abomina el pecado. Y sin embargo, también nos dice que ama al
pecador. Lo aborrece (es decir, lo rechaza, lo vomita de sí mismo) en el
sentido de que no puede aceptar su maldad.
Y sin embargo, también debemos saber que no hay justicia
sin amor. La Biblia dice que Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo
unigénito, a Su Palabra, a una parte de sí mismo, para pagar con precio de
sangre la culpabilidad de todos los que creen en Él. Que Dios demostró su amor
para con todas las personas, en que, aun cuando eramos pecadores, el dio su
vida por nosotros, para hacernos libres de la sumisión ante la maldad. Sí. Aunque
toda la humanidad ha caído en el pecado, las buenas noticias son que Dios, en Jesucristo,
nos ofrece perdón de pecados.
La condición es creer. . . creer de verdad
No pensemos que este ofrecimiento, que este regalo, por
ser libre y gratuito, es libre de condiciones; esta es la primer mentira de
Satanás. Algunos piensan que es libre de condiciones, porque piensan en
términos humanos. Pero la Biblia en ninguna parte dice que la salvación sea
libre de condiciones.
La salvación es un regalo de Dios, pero la condición es
seguir a Cristo. Sí. La condición es creer en Él, y si alguien cree en Él, como resultado evidente, hace la voluntad de Dios: es decir,
obedece a Cristo. Muchos creyentes,
por decir que aceptan el regalo, ya se creen salvos. Ellos dicen que porque la
salvación es un regalo, ya es algo nuestro, de nuestra pertenencia por Ley. Sin
embargo, La Ley de Dios, las Escrituras muestran que es posible perder el
regalo de la salvación y muestran que el regalo es totalmente nuestro – si –
siempre y cuando y SOLAMENTE si -- verdaderamente creemos en Cristo (si en verdad seguimos a Cristo).
El sacrificio de Cristo, los mandamientos de Cristo, Su
poder en nuestras vidas, Su amor expreso en nuestro carácter, Su justicia
expresa en nuestras obras dirigidas por Él, todo esto nos redime, nos restaura y nos cambia. Si fuimos
pecadores, Él empieza por llamarnos al arrepentimiento (es decir: nos dice que debemos dejar de
pecar; dejar de hacer maldad). Él puede aceptar al peor del mundo (pues llama a gente vil y menospreciada), pero con la condición
de que deje su pecado atrás. El se sienta en la mesa con los pecadores, para decirles, con amor, que deben arrepentirse y seguirle. Entonces Dioshace que el pecador nazca de
nuevo. Y al nacer, nace a la justicia, nace a la santidad, nace a la libertad
en Dios. Las viejas cosas pasan, y todo es nuevo hecho. Si en nuestra antigua
vida fuimos esclavos del pecado, esclavos de la injusticia, esclavos de maldad…
en nuestra nueva vida en Cristo somos esclavos de justicia, esclavos de
santidad. Si alguien sigue viviendo en la vida antigua, tal persona no ha nacido de nuevo realmente. Seguramente sólo había creído falsamente.
Dios da y Dios puede quitar
“¡NO, NO! ¡Pero
Dios ya me lo regaló!”, dice el pecador que no se ha arrepentido. “Y porque Él me lo regaló, ¡ya es mío y ya me pertenece!” Sí, pero lo mismo dicen los religiosos que no se quieren arrepentir: ellos también llegan a usar esta excusa para seguir pecando. Esta es la
arrogancia de una persona a la que se le olvida que Dios, aunque nos los haya dado
libremente, aún tiene el poder para quitárnos lo que Él nos ha dado, y la facultad y total soberanía para demandarlo de regreso,
por causa del mal uso que le dé una persona a su regalo. Mateo 22:12 nos dice que el Señor incluso sacará de su cena a aquellos que entraron, pero fueron hallados sucios y sin vestiduras blancas.
Acá en el mundo, lo que se nos regala, también podemos
regalarlo a alguien más; y lo que era de un propietario, puede pasar a tener
otro dueño. No es así en el Reino de Dios. La salvación de Dios, pertenece a Dios,
por los siglos de los siglos. Si Él le da un don a un pueblo, y ese pueblo lo malgasta o hace mal uso de ese don, menospreciaando el objetivo para con el cual fue dado, Dios puede tomar ese don será y dárselo a alguien más que sí de fruto con Él (Mateo 13:12)
Por siempre y para siempre solamente es Él el que tiene la puede dar, y determinar. Nada es de nosotros. La salvación es del Señor. Cuando Dios nos ofrece la salvación, no creamos que
no nos pone a prueba, ni tampoco creamos que solo estamos a prueba por un
momentito. Estamos a prueba por toda esta vida. No significa que no vayamos a
cometer errores involuntarios. No significa que vayamos a ser perfectos de inmediato. No significa que no haya tropiezos, caídas, raspones, o resbalones. Pero sí significa que si realmente queremos seguir a Dios, vamos a hacer todo lo posible para andar en sus caminos. el Señor dice que Él va estar allí para levantarnos, para sanar nuestra rebelión, para ayudarnos a caminar, y andar de forma recta. Llega un momento en el que un niño tambaleante pasa de ser a un joven firme que deja de tropezarse cada vez que camina. Dios tiene el poder para hacer que así camine.
No seamos como puercos que después de ser limpiados,
regresan a revolcarse en el lodo, porque les encanta refrescar su carne. Jesús dijo que solo
aquellos que creen hasta el final,
serán salvos. Está escrito: “aquel que
permanece en él no continúa pecando. Todo aquel que sigue pecando no le ha
visto ni le ha conocido.” Si tan solo por un momentito dejamos de creer, la
muerte podría sorprendernos de repenta, y puede que toda nuestra seguridad se venga abajo
por un momento de incredulidad. El apostol Pablo nos dijo que el que cree estar firme, debe cuidarse: no sea que caiga. No invitemos ni por un momentito, la voz de ningún
extraño a nuestras vidas; no sea que seamos engañados y caigamos y muramos
espiritualmente. No pequemos voluntariamente ni por un momentito, recordemos
las palabras de Pablo en Hebreos 10:26-31
“Porque si continuamos pecando deliberadamente después de haber
recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda sacrificio alguno por los
pecados, sino cierta horrenda expectación de juicio, y la furia de UN FUEGO
QUE HA DE CONSUMIR A LOS ADVERSARIOS. Cualquiera que viola la ley de Moisés
muere sin misericordia por el testimonio de dos o tres testigos. ¿Cuánto
mayor castigo pensáis que merecerá el que ha hollado bajo sus pies al Hijo de
Dios, y ha tenido por inmunda la sangre del pacto por la cual fue santificado,
y ha ultrajado al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: MIA ES LA
VENGANZA, YO PAGARE. Y otra vez: EL SEÑOR JUZGARA A SU PUEBLO. 31 ¡Horrenda
cosa es caer en las manos del Dios vivo!”
Dios es paciente, aún incluso para con los que han fallado
La salvación todavía sigue siendo Él y solamente Él.
Dios es el dueño de la salvación, no nosotros. Él la da a quien si Él quiere. ¡Pero Él también es paciente para con nosotros! Si sus hijos fallan una vez, Él es lento para la ira. ¡LENTO! Los hombres se apresuran a airarse y dar castigos pero no es así para con Dios. Dios es paciente y muy misericordioso para con todos nosotros, con el fin de que nos arrepintamos.
Si hemos reincidido en el pecado, no debemos pensar que Dios nos ha desechado en esta vida. El señor dice en Proverbios que es mejor un perro vivo que un león muerto: porque el perro vivo aún puede arrepentirse. Si hemos caído, no creamos en la mentira de Satanás, quien nos dice que Dios nos ha abandonado para siempre. Si nos hemos desviado como el hijo pródigo, no pensemos que nuestro Padre no nos va a volver a aceptar.
Oseas 14 nos dice:
11Vuelve, oh Israel, a Jehová tu Dios; pues por tu pecado has caído. 2Tomad con vosotros palabras, y volved a Jehová, y decidle: Quita toda iniquidad, y acéptanos con gracia, y daremos becerros de nuestros labios. 3No nos librará Asiria; no montaremos sobre caballos, ni nunca más diremos a la obra de nuestras manos: Vosotros sois nuestros dioses; porque en ti el huérfano alcanzará misericordia. 4Yo sanaré su rebelión, los amaré de pura gracia; porque mi ira se apartó de ellos. 5Yo seré a Israel como rocío; él florecerá como lirio, y extenderá sus raíces como el Líbano. 6Se extenderán sus ramas, y será su gloria como la del olivo, y su fragancia como el Líbano. 7Volverán, y se sentarán bajo su sombra; serán vivificados como trigo, y florecerán como la vid; su olor será como el del vino del Líbano. 8Efraín dirá: ¿Qué más tendré ya con los ídolos? Yo lo oiré, y miraré; yo seré a él como el ciprés verde; de mí será hallado tu fruto. 9¿Quién es sabio para que entienda esto, y prudente para que lo sepa? Porque los caminos de Jehová son rectos, y los justos andarán por ellos; mas los rebeldes tropezarán en ellos.
Si fallas, huye del pecado, no de la presencia de Dios. . .
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