Creer en Dios no es algo que nos salve. Sabemos que hasta los demonios creen, pero tiemblan (Santiago 2:19). No es suficiente creer en Dios si no creemos en Él de la manera correcta y por los motivos correctos.
Hablando de los motivos, hay dos tipos de creyentes que existen incluso hasta el día de hoy en nuestro mundo:
1) Aquellos que aman y Confían en Dios por quien es Él (en reconocimiento de que Él es Santo y Justo como Creador y Soberano Altísimo que merece toda la gloria).
y 2) Aquellos que quieren abusar de Dios o que le buscan interesadamente (para lograr sus propósitos personales, adquirir poder, u obtener una ganancia o bendiciones para gloriarse).
El primer tipo de creyentes son cristianos capaces de ser discípulos de Cristo, porque están dispuestos a morir a sí mismos y a tomar Su yugo; están dispuestos a quedarse fuera del centro de atención y se entregan a Él por completo para ser usados como a Dios le agrada y no como a ellos se les antoja. Estos son los que saben el significado de las palabras “No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).
El segundo tipo de creyentes son religiosos que buscan dirigir o controlar, o que buscan ser el foco de atención. Su objetivo es usar a Dios por beneficio personal; quieren que Dios les cumpla sus caprichos cuando ellos quieran, o quieren acercarse a Él solo porque quieren que Él les conceda algo que desean dentro de sí y para sí. Saben que Dios ofrece bienestar, salud, y vida, pero no buscan a Dios por lo que Él es, sino por lo que Él da; no buscan al Padre con un corazón sincero y recto, en Espíritu y Verdad, sino que le buscan porque saben que Él da buenas dádivas al que le sigue.
También hubo gente que buscó a Jesús, no porque Él fuera el Mesías que puede saciar el alma, sino porque Él les había dado pan y pescado abundante que les sació el cuerpo. Y como les respondió a ellos, a muchos hoy respondería: “En verdad, en verdad les digo: me buscan, no porque hayan visto señales, sino porque han comido de los panes y se han saciado. Trabajen, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el cual el Hijo del Hombre les dará” (Juan 6:26).
Dios no es engañado, y Dios no es utilizado. La cuestión, sin embargo, es que los creyentes interesados, consciente o inconscientemente, tratan de engañarlo y tratan de usarlo, como si se pudiera. Porque, a la verdad, los creyentes interesados son como mujeres adúlteras que buscan al esposo solamente para que les cumpla sus deseos o les mantenga a salvo. Y mientras su esposo no está en casa, piensan que pueden salir al mundo y fornicar con otros. ¿Se complacerá el esposo con una mujer adúltera como esa? ¿La aceptará igual que lo haría con una esposa fiel que le espera?
A los creyentes interesados les encanta escuchar que si se deleitan en el SEÑOR, “él les dará las peticiones de su corazón” (Salmos 37:4). Es como si en el fondo pensaran:, “si soy cristiano (o si digo que lo soy y aparento serlo), engañaré Dios y Él me dará lo que yo quiero”. Pero lo que no entienden es que deleitarse en el SEÑOR implica crucificar el egoísmo de nuestro propio corazón, tomar su cruz y llevarla cada día; no entienden que temer a Dios es amar su mandamientos y meditar en ellos, obedecer sus enseñanzas y buscarle en todo momento, y dejar todo el mundo atrás, sabiendo que “Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él” (1 Juan 2:15).
A los creyentes interesados se les escribió: “Ustedes piden y no reciben, porque piden con malos propósitos, para gastarlo en sus placeres. ¡Oh almas adúlteras! ¿No saben que la amistad del mundo es enemistad hacia Dios? Por tanto, el que quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios. ¿O piensan que la Escritura dice en vano: ‘El celosamente anhela el Espíritu que ha hecho morar en nosotros’? Pero Él da mayor gracia. Por eso dice: Dios resiste a los soberbios, pero da gracia a los humildes.” (Santiago 4:3-6).
La humildad en cuestión comprende una búsqueda para conocer más a Dios con un corazón sincero. Leonardo Da Vinci, que no era un hombre profundamente religioso, pero que ciertamente era un creyente que reconoció que los hombres bienaventurados siguen a Jesucristo, expresó una vez que conocer mejor a Dios era necesario para amarlo en verdad. "El amor", dijo él, "procede del conocimiento perfecto de aquello que se ama; y si no lo conoces, sólo puedes amarlo poco, o no lo amas en absoluto; y si lo amas por la ganancia que anticipas que obtendrás a partir de ello, en vez de amarlo por su virtud suprema, eres como el perro que menea su cola y muestra signos de alegría, saltando hacia el amo para que te pueda dar un hueso. Pero si conoces la virtud de alguien, lo amarás más, si esa virtud estuviera en su lugar”.
No se trata de aparentar ser humildes ante Dios. Se trata de serlo de verdad. Debemos reconocer que Dios no cumple las peticiones de sus enemigos ni de sus falsos amigos. Porque “Sabemos que Dios no oye a los pecadores: mas si alguno es temeroso de Dios, y hace Su voluntad, a éste oye” (Juan 9:31). Y también: “Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de iniquidad todo aquel que invoca el nombre de Cristo” (2 Timoteo 2:19).
Aunque los humanos se engañen y sean engañados, Jesús dejó muchas advertencias y señales de las que debemos de percatarnos. Debemos examinarnos a nosotros mismos y mantener nuestros ojos abiertos y enfocarnos en Él. El ser humano está lleno de limitaciones e imitaciones, de falsedades y falsificaciones, de impedimentos y detrimentos, que en conjunto, le hacen vano. Debemos recordar que sólo debemos seguir a Jesús, no a los hombres, y porque nosotros somos hombres, no debemos confiar ni en nosotros mismos. Porque, “Así dice el SEÑOR: Maldito el hombre que en el hombre confía, y hace de la carne su fortaleza, y del SEÑOR se aparta su corazón” (Jeremías 17:5).
El pecado de tomar el nombre del Señor en vano no sólo se refiere a maldecir su nombre, sino también al de usarlo de forma trivial y tentadora. El diablo le decía al Hijo del Hombre que convirtiera las piedras en pan, pero Jesús le respondió: “No tentarás al Señor, Tu Dios”. Es un pecado tentar a Dios o quererlo usar imaginando que "la voluntad de Dios" está para justificar o satisfacer nuestros propios deseos, prejuicios y/o ambiciones personales, sociales o nacionales.
También es un pecado decir que tenemos fe en Dios y que nuestras vidas pertenecen plenamente a Él, si al mismo tiempo no es verdad. Es un pecado decir que podemos ser cristianos “a nuestra propia manera” y no a la de Dios, pero muchos tratan de hacer esto para disfrutar de las prestaciones que tiene el hecho de ser policía. Imaginemos a una persona que queriendo recibir salario de policía, se viste de policía y sale la calle a hacer trabajo de policía. Se acerca a alguien y le impone una multa, pero la persona multada le pregunta dónde está su placa. El supuesto policía le dice que no tiene placa porque es un policía “a su propia manera”. No fue a la escuela de policías, no está autorizado para ser policía, pero quiere cobrar el salario de policía y recibir los beneficios de serlo.
Tal persona no es policía, sino un criminal que está por ir a la cárcel, porque aquí y en China es un delito suplantar a un policía cuando uno no lo es. De la misma manera ocurre con los creyentes interesados que se hacen pasar por seguidores de Cristo.
Nuestro pecado desde el comienzo también ha tenido relación con nuestro orgullo y nuestro deseo de ser como Dios, sin ser santos. La serpiente dice que a través del pecado de desobediencia “serían como dioses”, y muchos le escuchan. Los humanos queremos seguir nuestras propias filosofías, nuestras propias corazonadas, nuestras propias sensaciones. Pero el pecado mayor está en la pretensión de determinar lo que es bueno o malo sin tomar en cuenta lo que ha dicho Dios al respecto. Queremos obtener la herencia de la vida eterna aparentando creer en Aquél que la promete, pero queremos llegar al cielo viviendo en el infierno.
Desagradecidos hacia Él, nuestro pecado no nos ha permitido tener satisfacción de ser dependientes de Dios; nuestro pecado no nos ha permitido dejarnos amar y entender el cuidado maravilloso que Él da a quienes le invocan de verdad. Nuestro pecado no nos ha permitido amarlo y servirlo como Él nos ha mandado. Queremos lograr los planes que hemos soñado para nuestras vidas y no nos damos cuenta de que estamos perdiendo todo en el intento. "Porque el que quisiere salvar su vida, la perderá; y el que perdiere su vida por causa de mí y del Evangelio, la salvará" (Marcos 8:35).
Nuestro pecado es falta de negación personal. Mucha gente tiende a querer ser suficiente y autónoma, capaz de hacer lo que se le antoje, sin tener límites de nadie ni nada fuera de sí mismas; con poder para ejercer control absoluto sobre sus vidas sin consultar a Dios, ser atrevidas para decidir sobre las vidas de otras personas y sobre el mundo natural a nuestro alrededor, sin importarles las consecuencias. Tales personas sirven a sus propios vientres y están lejos del Reino de Dios. E igualmente lo están los árboles tibios que se aferran a las espinas, porque Jesús fue claro al decir que "El que no carga su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo" (Lucas 9:23).
Dejemos de fingir que estamos entregados a Él, cuando en realidad no lo estamos. Esto es personificar a alguien. Está mal decir que seguimos sus límites en la teoría, pero desparramar en la práctica; está mal decir que Él tiene el control de nuestras vidas, cuando en realidad no queremos dárselo todo y tenemos nuestras reservas. Está mal sólo quererle dar una parte aparente, para que parezca que lo seguimos, aunque no lo hagamos en realidad. Decimos que nos encanta alabarlo, pero escuchamos alegremente las voces de aquellos que trabajan vanidad en su contra, olvidando que el Señor dijo: “El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, derrama” (Mateo 12:39).
Dios tenga misericordia de aquellos creyentes que le hemos buscado interesadamente. Que Dios nos de arrepentimiento y que nos ayude a amarlo con todas las fuerzas, con toda la mente y con todo pensamiento, con toda el alma y con todo el corazón; no meramente por lo que Él da, sino por quien es Él y por lo que es Él. Porque de Él es Reino, y el Poder y la Gloria, por los siglos de los siglos.
“Limpien sus manos, pecadores; y ustedes de doble ánimo, purifiquen sus corazones. Aflíjanse, lamenten y lloren: que su risa se torne en llanto y su gozo en tristeza. Humíllense en la presencia del Señor y Él los levantará” (Santiago 4:8-10).
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